Es miércoles, día 1 de noviembre. Esta tarde, el Real Betis Balompié comienza su andadura en la Copa del Rey ante el Hernán Cortés. Es la vuelta a su competición fetiche: un trofeo que en la mente de los béticos huele a albero, incienso y Ducados y con el que se coronó hasta en tres ocasiones a lo largo de su historia. Si bien, se acometen grandes injusticias en este país con esta copa. Según para qué aficionados, es esa que se dejan a medias antes de entrar en la discoteca, o bien la que se toman ya dentro después de rascarse el bolsillo. Porque en España, la Copa del Rey viene vertida de una botella etiquetada como ‘trofeo menor’. Y más cuando hay equipos en el panorama nacional que cuentan a pares sus títulos internacionales.
Juan Manuel Cobo, Juan José Cañas y Joaquín Sánchez auparon al cielo tres veces una copa con cintas verdiblancas. Tres logros que para el beticismo supieron a gloria, pero que se quedan muy cortos para un plantel que ahora componen jugadores como Fekir, Bravo o Isco. El primero tiene por lo pronto un Mundial de selecciones. El segundo tiene en su casa todo lo que han ganado el Manchester City y el FC Barcelona en los últimos años. Y el tercero tiene cinco títulos de la UEFA Champions League logrados con el Real Madrid.
Para que se haga el lector una idea, Francisco Román Alarcón Suárez es un jugador que tiene cinco veces más títulos que el conjunto verdiblanco en toda su historia. El de Arroyo de la Miel fue vital en las finales de 2017 y 2018 ante la Juventus y el Liverpool. Obligó a Zinedine Zidane a modificar su sistema táctico hacia un 4-4-2 en forma de rombo e, incluso, a dejar jugadores como Gareth Bale o Asensio en la banca. Isco, damas y caballeros, ha recibido pases de Modric y Kroos y le ha dado asistencias a Benzema y a Cristiano Ronaldo. Entonces, para qué carajo va a querer Isco ganar una Copa del Rey con el Betis. Es una pregunta que tiene una fácil respuesta y que aquí no se va a plasmar por miedo a represalias. ¿O es que en realidad no la tiene?
El que un día fuera el timón de la Selección en el Mundial de Rusia de 2018, descendió del cielo a los infiernos por falta de cariño. De copar portadas en Madrid se fue directo al ostracismo. De hecho, aunque parezca completamente imposible, hubo un día en el que los niños no quisieron ser como Isco en el patio del colegio.
En una entrevista para la revista Panenka, el legendario lanzador de faltas, Juninho Pernambucano dio sin querer una de las claves para el asunto. “Lo que hace que el jugador tenga calidad de vida es la hinchada”. Y es que Isco Alarcón se vino a Sevilla buscando calor. Lo intentó en Nervión, donde una marea rojiblanca le quiso llevar a la gloria. Pero se topó con un argentino que quiso ponerlo a correr y no supo que a los buenos, simplemente, hay que darle el balón. Y así, ese astro que un día volvió a brillar en el Sánchez-Pizjuán, se apagó como una estrella fugaz.
Pero el fútbol, como Isco, es imprevisible. Este jugador, que siempre huyó del corcel de la táctica, topó con Manuel Pellegrini. El ‘abuelo’ que le hizo dar el salto a Europa y que tiene al Betis entre los grandes de LaLiga desde que llegó, sabe que Isco tiene una adicción al balón. Es un futbolista que disfruta con protagonismo, moviéndose por todos los rincones del campo con tal de participar y, sobre todo, con calor humano.
De eso saben muy bien por los aledaños del Benito Villamarín. Y así se lo están demostrando al astro malagueño, quien sale ovacionado en cada partido. Una comunión perfecta entre uno de los genios del fútbol español y una grada que sabe apreciarlos bien. Por ello, ante un beticismo ilusionado con su competición fetiche, Isco tiene claro que deberá devolver todo ese cariño en forma de fútbol. Y quién sabe si de Copas. Al fin y al cabo el fútbol es imprevisible y el Betis también.