Entre monólogos externos, reproches a su banquillo y locuras de Nick Kyrgios, Novak Djokovic, en un papel secundario en el show del australiano, inmortalizó su séptimo Wimbledon (4-6, 6-3, 6-4 y 7-6 (3)) y coloca su cuenta de Grand Slams en 21, a uno de Rafael Nadal y uno por encima de Roger Federer.
El serbio, que no se dejó enredar por un Kyrgios al que le duró el tenis set y medio, iguala los registros en el All England Club de William Renshaw y Pete Sampras, con siete títulos, y se queda a uno de Federer y a dos de Martina Navratilova. Sin una final de brillo, sin necesitar su mejor tenis en ninguna etapa del torneo, Djokovic, gran favorito hace catorce días, consolida su liderazgo en la superficie y suma 27 encuentros sin perder en Wimbledon, más de cinco años sin probar la derrota.
El champán, los gorros para protegerse del sol, los príncipes en la grada... Todo estaba preparado para una sesión de cohetes en la Catedral del tenis, una exhibición entre el jugador que todo el mundo esperaba que estuviera en este partido y la gran sorpresa del torneo. Kyrgios, con su andar pasivo, impertérrito ante el partido más importante de su vida. "Dale a un hombre una máscara y te mostrará su verdadero ser", tiene escrito el australiano en una pierna. Su máscara, la de finalista de Wimbledon, su ser, el del tenista que apareció en el primer set del partido por el título. Un Kyrgios tranquilo, sin emociones, con un servicio en el que los primeros volaban a 219 kilómetros por hora y los segundos a 125.
Un tenista capaz de apresar en seis juegos saques con cuchara, dejadas, voleas, golpes por debajo de las piernas y cortados a ras de suelo. Durante media hora, el mejor Kyrgios de su carrera estuvo sobre el tapete de Wimbledon. Le valió para superar a Djokovic y ganar un set.
La incógnita era si podría mantener el nivel y, sobre todo, si Djokovic no elevaría el suyo. La respuesta era sencilla y no tardó en llegar. A Kyrgios se le borró el repertorio, dejó de hacer todo lo que hace bien, es decir, lo más inesperado, y entró en el juego de intercambios de Djokovic, en el que no tenía nada que ganar.
Perdió terreno, convirtió el encuentro en algo anodino y comenzó una batalla consigo mismo y con su banquillo. Empezaron los diálogos internos, los gritos a su palco y las miradas incómodas del príncipe Guillermo y su hijo George, espectadores de lujo del volcán a punto de explotar. Djokovic, sin un nivel acorde a su tenis, neutralizó la sorpresa y salvó cuatro bolas de 'break' cuando sirvió para poner el 1-1 en el marcador. Hasta en siete finales de Grand Slam ha remontado un set en contra. Aquí buscaba la octava.
Cuando más igualado estaba el partido, más proclive era Kyrgios a comenzar el espectáculo. Para mediados del tercer set, su cafetera ya estaba a punto de explotar. Le cayó la primera advertencia por maldecir al público al cometer una doble falta, después de un grito de una aficionada entre el primer y el segundo servicio. "Es la que parece que se ha bebido 700 copas", le dijo al juez. Las conversaciones con su gente pasaron a ser también con el árbitro. Su locura se iba extendiendo poco a poco a cada vez más elementos de la pista, focalizando toda la atención y dejando a Djokovic en un segundo plano.
Él era el actor protagonista y absorbía todos los papeles de la película. Con 4-4 en el tercero, al australiano se le escapó un 40-0, levantado magistralmente por Djokovic. Pero ninguna cámara apuntaba al serbio; todas estaban con Kyrgios, enfrentado con su banquillo, al que felicitó tras una doble falta y un revés a la red con el que entregó el parcial. Como en el segundo set, cuando desperdició un 0-40, Kyrgios tiraba ahora un 40-0 que le costaba otro parcial y, de alguna forma, el partido.
Con 2-1 ya a favor y la final bajo control, Djokovic se fue al baño diez minutos y dejó solo a Kyrgios hablando en su silla. Un monólogo que le sirvió para tranquilizarse, para recuperar su servicio y para estabilizar el encuentro. El cuarto set, sin oportunidades con los servicios, se encaminó al 'tie break'. Una doble falta de Kyrgios, nada más empezar, allanó el camino de Djokovic, que puso el 2-0 con una volea sencilla, pero estrelló una derecha a media pista en la red que devolvió la vida al australiano.
Pero él solo se la quitó. Cuatro errores seguidos colocaron el 6-1 a favor de un Djokovic de perfil bajo, que aprovechó su tercer punto de partido y selló su séptimo título en Londres. Se agachó a la hierba y probó su sabor, ese que tan bien conoce ya. El de Belgrado suma 27 victorias consecutivas en Wimbledon, cuatro trofeos seguidos, los mismos que logró Pete Sampras y a uno de los cinco de Federer y Bjorn Borg. Números que le colocan como uno de los mejores de la historia de esta superficie.