Madrid, 23 mar (EFE).- Como quien no quiere la cosa, en una conversación distendida pero calculada, amparada en la potencia de transmisión de las redes sociales y con su amiga, también extenista, Casey Dellacqua, como confidente, Ashleigh Barty anunció su retirada del tenis profesional.
Nacida en Ipswich, una ciudad ubicada en el suroeste de Brisbane, hace 25 años, la cuarta tenista de la historia en permanecer más tiempo continuado como número uno del mundo ha decidido colgar la raqueta, decir adiós, abandonar el circuito.
No es una jugadora al uso Barty que tampoco ha necesitado inundar de numerosos títulos del Grand Slam su mochila de éxitos para dejar su impronta en el mundo del deporte. No ha necesitado la australiana de la repercusión mediática de otras atletas, ni de la persecución de las marcas. Tampoco lo ha echado de menos.
Recién iniciado el torneo de Miami y sin haber alcanzado el curso su primer tercio, el circuito se queda sin su principal referente, sin su número uno. Se va sin conocer la derrota en este 2022. Después de haber ganado el torneo de Adelaida en el inicio del curso y, sobre todo, el Abierto de Australia. Once encuentros ganados. Ninguno perdido.
Barthy disputó su último partido el pasado 29 de enero, en la final disputada en el Melburne Park contra la estadounidense Daniela Collins, a la que venció en dos sets para convertirse en la primera jugadora australiana que gana el primer Grand Slam de la temporada en los últimos 44 años.
La número uno del mundo solo había anunciado que no disputaría la gira por Estados Unidos. Pero lejos quedaba, en principio, la posibilidad de que ya no volviera.
"Quiero perseguir otros sueños", confesó Barty a Dellacqua. "Hay tantas cosas por hacer y sueños que perseguir que no implican necesariamente viajar por el mundo, estar lejos de la familia o fuera de casa que es donde siempre he querido estar..".
En un mundo donde la voracidad casi nunca tiene límites, donde la superación es un reto y los récords un desafío, Barty opta por escapar de la vorágine, de salir de la presión y de buscar la satisfacción por otro lado.
Su currículum está muy lejos de las grandes de todos los tiempos. En números de Grand Slam su hoja de servicios está al margen de los números que presentan históricas jugadoras como Monica Seles, Maria Sharapova, Naomi Osaka, Arantxa Sánchez Vicario, Martina Hingis, Justine Henin o Venus Williams, que entre otras muchas dejaron el deporte con más trofeos 'major' que la australiana aunque estuvieron menos tiempo que ella en la cima del tenis femenino.
No da la impresión de que para la jugadora actual con más sensación de superioridad respecto al resto en un circuito plagado de igualdad y donde la alternancia en el éxito de los eventos de relumbrón ha sido habitual las cifras hayan sido una preocupación.
Mientras Serena Williams se aferra a las pistas a sus 40 años con la idea aún de poder a llegar a alcanzar los veinticuatro títulos del Grand Slam de la legendaria Margaret Court, de la que solo la separa uno, Barty relativiza las ambiciones y alarga su perspectiva más allá de la red.
"No tengo el impulso físico, la necesidad emocional ni la motivación necesaria para estar en la cima. Estoy agotada. No tengo más que dar y eso para mí es el éxito. He dado todo lo que tengo".
No es la primera vez que Barty deja de lado la competición, los viajes, la presión. Ha sido la australiana una joven de impulsos aunque esta vez el anuncio parece meditado.
Sin embargo, aún se recuerda ese tiempo sabático de casi dos años. Después del Abierto de Estados Unidos del 2014, cuando dejó el tenis al que regresó en el 2016. Aprovechó esos meses para buscar alicientes en otro deporte, en el cricket. Formó parte del Brisbane Heat. Disfrutó, compitió y volvió.
La cuarta jugadora con la racha más larga de semanas como número uno del mundo solo por detrás de la alemana Steffi Graff y Serena Williams, que acumularon 186, y de Martina Navratilova, regresó en el 2016, en el torneo de Eastburne. Jugó la previa y luego el cuadro principal.
A partir de ahí llegaron sus éxitos. Los primeros títulos como el de Kuala Lumpur en el 2017. Después, Nottingham y Zhuhai. Y la explosión en el 2019, cuando ganó en Miami, Birmingham y, sobre todo, triunfó en Roland Garros, su primer Grand Slam. También venció en las finales WTA, las de maestras.
Llegó la pandemia. Jugó las semifinales de Doha y asumió su propio confinamiento. Se quedó en casa, en Australia, el resto de la temporada en la que solo conquistó Adelaida, en su país.
Ashleigh Barty retomó la normalidad. Aceleró en el 2021 y se erigió como la mejor. Consiguió otros cuatro títulos. Pero sobre todo, Wimbledon. "Ese triunfo me cambió mucho porque para mí era un sueño ganarlo. Después de ganarlo cambió mi perspectiva".
Dejó entrever la australiana que fue a partir de salir triunfadora del All England Club cuando empezó a barruntar la idea de decir adiós. Una parte de ella había cumplido con sus expectativas. No había muchos más retos que afrontar. Si acaso, Australia.
Barty, que se dio de baja de las Finales WTA del pasado año por las restricciones del covid, venció en el Melburne Park el pasado enero. Su tercer Grand Slam. La primera australiana en lograr el éxito en su país en los últimos cuarenta y cuatro años. La decisión estaba tomada.
Ashleigh Barty dice adiós en la cima. Una retirada comparable solo a la de Justine Henin, en el 2008, que abandonó la competición como número uno después de 61 semanas. La belga volvió a jugar dos años después.
También Bjorn Borg se hastió de las exigencias del deporte y con mucho ganado, entonces más que muchos, colgó la raqueta a los veintiséis años. En 1983. Regresó ocho temporadas más tarde. Nada que ver.
"Estoy muy agradecida con todo lo que me ha dado el tenis. Me ha hecho cumplir todos mis sueños con creces. Ahora es el momento de que me aleje para que pueda perseguir otros sueños".
Santiago Aparicio