Cuando
Antonio Puertas vio el balón botando en el área culé, después de tocar en un Busquets que ni siquiera pudo reaccionar, no se molestó en mirar a la portería hasta que el esférico hubo atravesado la línea de gol.
Corrigió su posición, un par de metros en dirección contraria, y catapultó la pelota a la escuadra, ante la mirada de un inmóvil Ter Stegen. Gritó entonces, al unísono con todo el estadio, un tanto que salvó el punto para el Granada, que prolongó la inercia positiva del conjunto rojiblanco una jornada más -algo ya histórico- y que ratificó que en Los Cármenes
vuelven a volar con entereza las flechas del arquero almeriense, reconciliado con su mejor versión.
El '10' rojiblanco ha dejado atrás la apatía que le acompañó durante buena parte de la primera vuelta del curso, por extensión de la campaña anterior.
En el saco ha cargado ya cinco goles esta campaña, que es uno más que en todo el ejercicio anterior, de los que cuatro coinciden con la buena racha del conjunto de Robert Moreno. Para el técnico catalán se ha convertido en un fijo en el costado diestro, respaldado también por su capacidad de sacrificio cuando el encuentro requiere correr hacia atrás.
Pero hasta que recuperó definitivamente su rol y volvió a levantar a la hinchada rojiblanca de la grada pasó un largo lapso en el que su bombilla permaneció apagada. Puertas es un jugador emocional, como viene demostrando desde que volvió al conjunto granadinista, y requiere de su más alto grado de autoconfianza para desplegar su mejor fútbol. Casualidad o no, comenzó a perder brillo en las mismas fechas en las que el Granada tuvo que improvisar una alineación con los chicos del filial en el Reale Arena, en noviembre de 2020. Se convirtió con el paso de las jornadas en una sombra del jugador que había impactado en Primera división como martillo sobre clavo tan solo una temporada antes.
Ocho goles le encumbraron entonces, el doble de los que anotó durante toda la campaña pasada.El de Benahadux se olvidó en casa la inquina en su zigzagueo durante el confinamiento del grupo y por momentos pareció desconectado, sin dejar de ser un jugador importante para Diego Martínez.
Kenedy le robó protagonismo y, por tramos, su puesto en la banda derecha rojiblanca, hasta relegarle con cierta frecuencia al banco. Desde allí vio comenzar 19 partidos de los 53 que disputó. A su bagaje goleador, aun con todo, sumó ocho asistencias.
La irregularidad se le anexó también en el comienzo de esta temporada, tal vez contagiado del resto del grupo. Cometió un penalti inocente ante el Valencia, tras salir del banquillo, y fue reemplazado al descanso en la debacle de Vallecas, para después ni siquiera jugar ante el Betis.
Alternando titularidades y suplencias, en el Ciutat de Valencia prendió la chispa, con un golazo que le aupó. Besó el escudo, ese con el que lleva guardando balones en porterías desde que jugaba en Primera Andaluza, y ambos comenzaron a escalar.
Recuperó la titularidad tras la visita a San Mamés, con un frentazo en la goleada rojiblanca al Laguna en Copa, y ya no la volvió a soltar.
Llevó su estado de gracia de nuevo a la Liga, con otra flecha que clavó desde la frontal para abrir el triunfo ante el Alavés, recuperó su gambeteo, cabeza gacha, y en Mallorca cerró el festín, previa asistencia a Jorge Molina. Datos que refuerzan su trascendencia en el juego rojiblanco, de nuevo creciente.
La afición
le encumbró de nuevo como héroe este sábado, como la personificación de un matagigantes que emplea el arco después de disparar. Ha recogido peso suficiente como para volver a ser determinante y aguijonear en cuanto atisba una fisura en el entramado rival. Otra vez se le ve sonreír, señal que en la grada de Los Cármenes ya identifican como un indicio de diversión con su equipo.