Se le paró el corazón y Gijón se quedó huérfana. Asturias perdía un emblema; y España, una leyenda. Este miércoles se cumple un año de la muerte de Enrique Castro 'Quini', cinco veces 'pichichi': el máximo goleador de la historia del Real Sporting y uno de los más importantes de la del FC Barcelona. Un '9' irrepetible. Que brillaba como jugador y deslumbraba en lo personal.
La figura de Quini, que nació en Oviedo, despuntó en el Ensidesa y acabó siendo el 'buque insignia' del Sporting, al que regresó tras triunfar en el Barça, trascendía lo deportivo. Internacional 35 veces con la Selección, con la que jugó dos Mundiales (Argentina'78 y España'82) y una Eurocopa (Italia'90), el 'Brujo' -cuyo secuestro, en 1981, mantuvo en vilo a toda una nación- era querido hasta por las aficiones de sus 'eternos' rivales: las del Oviedo y el Madrid.
Quini -que también fue dos veces máximo goleador en Segunda, con el Sporting- falleció a los 68 años, hace uno; dejando consternada a Gijón, la capital de la Costa Verde, que baña el paraíso natural astur. Principal figura de su historia, fue pieza clave en la metamorfosis de equipo 'ascensor' a referente del balompié hispano del Sporting a finales de los años 70 y principios de los 80.
Mientras Enrique marcaba en una portería, era habitual que su hermano Jesús, futbolísticamente conocido como Castro -que en 1993 murió como un héroe en una playa de Cantabria, tras salvarle la vida a dos niños- defendiese la otra. No es casualidad, por tanto, que lleve el nombre de los 'Hermanos Castro' uno de los parques anejos al del de 'Isabel la Católica' y al del estadio más antiguo del fútbol español: que tras la defunción del mito pasó a llamarse 'El Molinón-Enrique Castro Quini'.
Quini comenzó a brillar en un equipo en el que, aparte de su hermano, también destacaban José Manuel, Valdés, Megido o Churruca; logró su segundo 'Pichichi' en Primera la temporada 75-76, que, paradójicamente, acabó en descenso; y, tras ser máximo goleador de la División de plata, al siguiente curso consumó un ascenso en el campo del eterno rival. Junto a otros históricos como Joaquín -el que más veces vistió la camiseta rojiblanca- o el argentino Enzo Ferrero, de lejos el mejor extranjero que jugó en el Sporting.
Ese momento supuso el arranque, de la mano de Vicente Miera, de la 'Edad de Oro' del club gijonés, que se prolongó con la dirección de José Manuel Díaz Novoa y se tradujo en un subcampeonato de Liga, dos de Copa del Rey y seis participaciones en competición europea.
Con motivo del 40 aniversario del primer choque del Sporting en Europa (3-0 ante el Torino italiano, en El Molinón), Gijón homenajeó hace unos meses a los autores de una gesta de la que, aparte de Joaquín, participaron otros que también fueron internacionales: Morán, Mesa, Cundi, Uría y David; el primer jugador que salió de la ahora tan añorada Escuela de Mareo.
Pero ese homenaje -al que también asistieron Ricardo Rezza y Victor Doria, otros dos argentinos que dejaron su impronta en Gijón- no fue completo, porque el gran ausente fue, sin duda, el 'Brujo'.
Quini no salió antes del club asturiano, porque existía el derecho de retención; pero acabaría recalando en el Barcelona una campaña después de firmar el mejor arranque liguero de toda la historia del Sporting. Precisamente ante el conjunto catalán, en un 4-1 que supuso el séptimo triunfo en los siete primeros choques de ese campeonato. En el que el 'Brujo' anotó un 'hat trick'.
En el Barça ganó los títulos que se le negaron en su Gijón del alma. Y ganó otros dos 'pichichis', una marca que, como blaugrana, sólo supera el estratosférico Lionel Messi. Compartió vestuario con el otro astro argentino, Diego Armando Maradona, al que José Luis Nuñez vetó -estando en el Nápoles- de un primer homenaje al astur, en 1984 (antes de volver al Sporting); y con un elenco de figuras entre las que también destacaba Bernd Schuster, que sí jugó el segundo, en 1987 y en Gijón, cuando el alemán, que disputó un tiempo con cada equipo, militaba en el Real Madrid.
Al igual que Maradona, Schuster era amigo de Quini. Y el germano fue de los más afectados cuando el goleador fue secuestrado, por delincuentes comunes, en marzo de 1981: una época en la que la organización terrorista ETA causaba efectos devastadores en España.
El episodio, que duró 25 días, mantuvo en vilo a toda una nación, que temía lo peor y que finalmente festejó la liberación de uno de sus deportistas más queridos. Porque Quini no sólo fue un grandioso futbolista: el 'Brujo' fue una persona excepcional.
De los que superan la cincuentena -y que acabarían gritando en El Molinón el famoso "Ahora, ahora; ahora, Quini: ahora", en espera de un gol de brujería que siempre acababa llegando (marcó 219 en Primera, de ellos 165 de rojiblanco)- no había un solo niño en Gijón que, cuando comenzaba a brillar en el Sporting, no quisiera ser Quini; o en su defecto, Castro.
Sin vídeo-juegos ni tecnologías avanzadas, cuando impresionaban la peonza y las chapas; y se retornaba a casa con las rodillas sucias, ningún regalo podía hacerle más ilusión a un guaje que un balón "de reglamento" o una camiseta del Sporting. En la que Quini comenzó llevando el '8'. Y con la que acabó siendo el mejor '9'.
Guía de las siguientes generaciones de figuras del club gijonés, entre ellas los internacionales Abelardo, Luis Enrique -actual seleccionador- o David Villa -máximo goleador de la Selección-; Quini, que preocupó a todos cuando se le diagnosticó un cáncer de garganta, fue la gran estrella del penúltimo ascenso a Primera, el de 2008, con Manolo Preciado, cuando fue aclamado en El Molinón.
Nunca negaba un saludo, un autógrafo o un posado para una foto. Y todos le querían. Por eso su defunción fue un golpe durísimo para el deporte español. Para el Barça. Para Asturias. Y para Gijón. Una ciudad que le lloró desconsoladamente hace justo un año, que jamás lo olvidará; y que siente orgullo de que su nombre esté vinculado para siempre al club de sus amores: el Real Sporting.