La máquina del tiempo se sitúa en el año 1928, cuando
Paquito Isern Llosent fundó un equipo con su grupo de amigos que iba a recoger el apodo con el que eran conocidos, los 'calaveras'. En la Puerta Osario y bajo esta peculiar circunstancia nació el
Calavera C.F. Seguramente, ni
Isern Llosent ni su grupo llegaron a pensar que 90 años más tarde su club iba a estar más vivo que nunca.
La historia del
Calavera se escribe a la par que la del fútbol provincial sevillano. Afincado desde sus inicios en las diversas ligas modestas, el cuadro hispalense encuentra su mayor logro a mediados de la década de los cuarenta: dos cursos en
Tercera División. Antes, el
Calavera compite, con cierto éxito, durante once años, exceptuando el período de la Guerra Civil, en la denominada
Tercera Categoría Local. Tras el conflicto bélico, cambia el sino de la entidad gracias al comienzo de una colaboración con el
Real Betis, un proyecto que lleva al equipo a la categoría de bronce en el curso 46/47. La
Residencia, emblemático feudo del
Calavera hasta 1990, acogió el debut en
Tercera ante el
Badajoz. Los extremeños, candidatos al ascenso, doblegaron con claridad a los hispalenses (0-4). Una temporada después (47/48), dicha aventura también llevó al Calavera a disputar una eliminatoria de la Copa del Generalísimo contra el
Recreativo de Huelva (6-2). Al término del curso, el club de las 'tibias', como era conocido en la prensa de la época en alusión a su escudo primitivo, regresó a la
Preferente. Deportivamente, fueron los años más gloriosos de un clásico desde entonces en las diversas competiciones del fútbol provincial sevillano.
Sin grandes éxitos y con la humildad por bandera, el
Calavera siempre ha desprendido un sentimiento que engancha y que le ha hecho perdurar en el tiempo mientras otros equipos capitalinos conseguían premios mayores.
Manuel Díaz, actual presidente de la entidad, es uno de los ejemplos. El dirigente arribó con 18 años en 1977: "He tenido la oportunidad de ir a otros sitios, pero la unión que se ha creado me ha hecho seguir aquí". Al mismo tiempo, Díaz asegura que "al Calavera se le reconoce su arraigo en
Sevilla. Yo he vivido en primera persona el cariño que se le tiene al Calavera. Todo el mundo lo recuerda y le tiene cierta admiración".
Crece con la canteraAsí, el cuadro hispalense ha dejado impregnada su huella por muchos puntos de la capital, pero si con algún lugar se identifica al Calavera es con el antiguo campo de la
Residencia, que se ubicaba en la
Puerta Osario. Una vez demolido en 1990, la entidad se convirtió en peregrina durante tres años: "Jugamos en el campo del San José Obrero, en Valdezorras, en Alcosa, en el Cerro..." hasta que encuentra su hogar en la calle Hespérides. El año 1992 se escribe con letras de oro en la historia del
Calavera. El club, gracias a otra figura clave, Pepe García, se asienta en su actual sede, donde comienza a crecer en las categorías inferiores. Hasta entonces, la entidad contaba con el primer equipo y, en alguna ocasión, con un cuadro juvenil. "El fútbol antes era muy distinto, Los chavales más jóvenes lo practicaban en la calle junto a sus amigos", narra
Díaz. De esta forma, "de tener solo un equipo hemos pasado a contar con quince". Fruto de ello, el testigo de los
Manuel Díaz, Pepe García, Antonio, Pepe Fernández, Paco, Tomás... ya es recogido por otros jóvenes que han crecido junto al Calavera, como es el caso de Sera, capitán del primer equipo: "El
Calavera representa a mis amigos. El
Calavera es enamorarte de un club, de un color. El Calavera es mi vida". El eterno Eli es uno de esos amigos que se hacen en el vestuario: "El Calavera es el equipo de mi corazón, por él he llorado de alegría y de pena. Me siento orgulloso de pertenecer a este club". Por su parte, el juvenil
Manolo, en la entidad desde los cinco años, representa a la perfección el sentimiento atrayente del club: "El Calavera es una forma de vivir. Me ha dado cariño, confianza y grandes amigos".
El
Calavera, 90 años de historia de un club que se ha hecho grande en el fútbol sevillano y que perdura gracias a su idiosincrasia. "No es ni mejor ni peor, pero es diferente", finaliza Díaz.