Nacido en
Moaña, una pequeña localidad pontevedresa a unos 800 kilómetros de
Sevilla. Celtiña hasta la médula (de los que se señala el escudo cuando marca en los derbis gallegos) y como demostró ayer, un jugador agradecido con su pasado.
Más allá del debate si un jugador debe celebrar un gol o no ante su exequipo,
Iago Aspas dejó claro ayer que se puede ser un gran profesional y mejor persona. Buscó como el que más el triunfo del Celta en Nervión, luchó, peleó y marcó de penalti. Sin adornos ni estridencias en su disparo, sin buscar a la grada de
Gol Norte más que para levantar su mano a modo de disculpa.
Un jugador que pasó de puntillas por el
Sevilla en una temporada donde ni siquiera llegó a los mil minutos. Eso sí, dejó diez goles y se llevó una
Europa League para Moaña. Simplemente se trata de respeto, de saber de dónde se viene y dónde se está.
Un respeto que el gallego se ganó en el
Sevilla con silencio y trabajo cuando no entraba en los planes de Emery. Un respeto que demostró cuando se marchó agradecido después de un año complicado para volver a triunfar en su Celta de Vigo.
Un jugador que dijo hace un par de meses que le "gustaría que el
Sevilla ganara la
Liga" y que ayer volvió a "desearle mucha suerte" en la lucha por la tercera plaza. Sin banderas, sin tatuajes ni peinados modernos, simplemente un jugador sencillo, humilde, de palabra.