Además de sobresalir por un talento del que nunca pudo presumir, Robert Prosinecki tiene argumentos de los que alardear para responder a las sospechas que acompañaron parte de su carrera como futbolista.
El exjugador, nacido en Alemania, se gana la vida ahora en los banquillos. Terminó por ser un trotamundos del deporte abocado por éxitos sin culminar y expectativas sin cumplir. Lastrado por las lesiones y cierto recelo en su trayectoria terminó por devaluar una vida deportiva que nació plagada de prometedor esplendor.
Así, Robert Prosinecki ejerce como seleccionador de Bosnia Herzegovina, un nuevo punto en su particular ruta de los Balcanes que le ha llevado por Croacia (Dinamo Zagreb), Serbia (Estrella Roja) o Eslovenia (Olimpia Liubliana), entre los muchos destinos que ha contemplado su vivencia como jugador o como técnico.
De hecho, Prosinecki presume de ser el único jugador que ha marcado en dos Mundiales distintos con dos países diferentes. Lo hizo con Yugoslavia, en Italia 1990, y después con Croacia, en Francia 1998, donde logró un histórico tercer puesto.
Sin embargo, Bosnia no disputará el Mundial. Fue superada por Bélgica y Grecia en la fase de clasificación y Prosinecki se hizo cargo de este equipo nacional en enero de este 2018, meses después de decidir dejar a la selección de Azerbaiyán, a la que dirigió durante tres años.
El que fuera el fichaje en su momento más sonoro del Real Madrid, afronta en Bosnia su cuarta experiencia como máximo responsable de un equipo. Comenzó como segundo entrenador en el Zagreb y después estuvo cuatro años como asistente de Slaven Bilic. Fue en el 2010 cuando asumió la responsabilidad en el Estrella Roja.
El primer croata que dirigió a un equipo serbio desde la guerra de los Balcanes, permaneció dos años en la entidad de Belgrado, aunque acabó trasladándose a Turquía, al Kayserispor, antes de dirigir a Azerbaiyán.
Casi trece años han transcurrido ya desde que Prosinecki colgara las botas, después de buscar el éxito en una docena de clubes. Explotó en el Estrella Roja y se estancó en el Real Madrid, a donde llegó cargado de expectativas y como uno de los jugadores con mejor presente y mayor porvenir del momento.
Al talento y la plasticidad que, siempre que pudo, mostró su juego se unió un sinnúmero de lesiones que le propiciaron la fama de futbolista de cristal, de una fragilidad que habitualmente amenazó su estabilidad y continuidad en el campo. A ello se unió la fama de fiestero y de empedernido fumador.
Oviedo, a donde marchó del Real Madrid, pagando por él 1000 millones de pesetas (6 millones de euros actuales), fue donde disfrutó de su mejor momento en España. Le sirvió para fichar después por el Barcelona, aunque no cuajó. Las lesiones volvieron a ser frecuentes, y en ese momento decidió marchar a Sevilla, su última aventura en España. Sus números en Nervión no fueron malos, sin embargo sólo estuvo un año, puesto que decidió volver a Croacia. A pesar de ello, Prosinecki siempre ha afirmado guardar un buen recuerdo de la capital hispalense. Además, Prosinecki jugó también en Bélgica (Standard Lieja) e Inglaterra.
El centrocampista que sobresalió por su técnica, el regate y el pase y también la visión de juego, que hizo de hombre anuncio en España y comentarista en su país, ha recuperado el pulso en los banquillos, donde se pretende asentar y olvidar los bandazos que condicionaron su trayecto como futbolista.