Muchas conclusiones se pueden sacar del partido de Riazor. Y muy diferentes según se hagan antes del minuto 92 o después. Sinceramente no vi tan mal al Sevilla como algunos lo pintan. Sí en defensa, donde la zaga quedó retratada en los dos goles, pero no en el cómputo global. Pese al tempranero gol de Babel, el Sevilla jugó los 94 minutos a lo que sabe y su míster les ha inculcado, jugaron exactamente igual que si fueran 0-0 y perdieron la paciencia.
A muchos, a mí también en ocasiones, nos desespera esa creencia a ciegas en la idea de Sampaoli. En el toque, toque, toque... En la posesión por encima de todo. Quizás nos cuesta demasiado desencadenarnos del estilo de Unai Emery, en las antípodas del de Sampaoli. Pero yo disfruto más con este Sevilla, otra cosa serán los éxitos que puedan o no lograr.
En partidos como los de ayer es cuando se nota la falta de un delantero goleador sobre el campo. Un killer del área, y es que el Sevilla viene de tener a dos delanteros 'top' como eran Bacca y Gameiro que convertían en gol casi todo lo que tocaban.
Pero ayer lo volvieron a demostrar, fue en el último suspiro pero podría haber mucho antes, pues el Sevilla dominó de cabo a rabo el partido y tuvo claras ocasiones. Creyeron en la idea de Sampaoli hasta el pitido final, perdiendo, empatando y ganando. Es digno de elogio cómo Jorge Sampaoli ha enamorado a sus jugadores, su don de persuasión es incuestionable, cómo ha colonizado esas mentes de los jugadores en tan poco tiempo. Cualquier otro Sevilla, el de la temporada pasada por ejemplo, hubiera empatado y habría perdido tiempo para sumar un punto, pero no este Sevilla.