Hace tres semanas a Sevilla se le detuvo el pulso en su época más hermosa. Sin querer darnos cuenta, el azahar que este año floreció con demasiada premura se marchitó como signo de tristeza.
La Cuaresma se paralizó sin tiempo para disfrutarla. No hubo los últimos ensayos de costaleros. Los pasos nunca llegaron a pisar los templos. Las casas de hermandad no se llenaron de unos hermanos emocionados que deberían haber cumplido con el rito de sacar la papeleta de sitio.
Nuestros músicos -cuánto le debemos- no pudieron culminar su dura travesía hacia la Semana Santa. El Señor Cautivo y Rescatado no ofreció su mano al barrio de San Pablo. San Bernardo no rezó el viacrucis junto a su Cristo de la Salud. No hubo pregón. Nos hemos quedado huérfanos de tantas vivencias...
Por ello, Cuaresma, te echo de menos. Echo de menos tu olor a incienso. Me falta tu gente, los cofrades que, sin necesidad de agenda, sabemos dónde y cuándo nos vamos a reunir en torno al Señor y la Virgen. Añoro el rito que nos lleva de iglesia en iglesia entre los rincones de Sevilla para mostrarles nuestro amor a los titulares. Cuaresma, te echo de menos porque, aunque no pueda olerte, oírte, tocarte ni verte, vives en mi corazón.