Hace un mes estaba paseando entre vacas. Hace dos semanas estaba en el paraíso. Y hoy se mueve en un mar de dudas.
Quique Setién está viviendo en una montaña rusa desde que el
Barcelona decidió que fuera el sustituto de
Ernesto Valverde. Pese a que ha ganado cuatro de sus cinco partidos, lo cierto es que sólo en uno lo ha hecho con solvencia, ha perdido el liderato de LaLiga en favor del Madrid y estuvo cerca de zozobrar ante un Segunda B como el Ibiza.
Esta semana se antojaba propicia para el cántabro con dos partidos en casa ante rivales sencillos. Al
Leganés lo despachó en Copa con una goleada en la que el
Barça se reencontró consigo mismo. En ese choque Setién decidió volver al 4-3-3 y dejó aparcado el 3-4-3 de sus primeros partidos. Intentó dar continuidad a esa idea ante el Levante y durante el primer tiempo parecía que iba a volver a golear, más cuando apareció
Ansu Fati para hacer un doblete en un minuto.
Sin embargo, el equipo culé bajó el pistón en la segunda mitad, vio cómo el
Levante se le subía a las barbas e incluso le hacía un gol en el añadido para dejar un regusto amargo en la afición azulgrana y devolver las dudas antes de la visita al
Villamarín.
Setién regresará a un estadio en el que mantuvo una relación de amor-odio. El técnico cántabro siempre ha señalado a su relación con la grada como el detonante de su salida del
Betis hace siete meses por encima de los resultados deportivos conseguidos.
Antes de jugar en el
Villamarín tendrá una cita delicada en la
Copa ante el Athletic en San Mamés, ya que un desliz supondría decir adiós a otra competición, algo que en
Can Barça siempre es un drama.
En Heliópolis, por su parte, andan más centrados en que su equipo remonte el vuelo que en cómo puedan recibir a
Setién. Un triunfo sobre el
Barcelona serviría para devolver la confianza al beticismo. Que
Setién esté en el banquillo importará poco si el resultado es positivo.