Dicen las malas lenguas que, pese a su fama de profesional serio y buen gestor de vestuarios, no tiene demasiado predicamento en el vestuario celeste, donde no han sentado muy bien algunas críticas en público al rendimiento de ciertos jugadores.
No es costumbre en este entrenador pragmático y quizás incomprendido,
Fran Escribá, que se curtió en algún filial de postín y se ha abierto paso con virtudes como la flexibilidad táctica. Puede que su gran mérito sea el de no imponer sistemas o dibujos.
Marcando, siempre, unas directrices claras (solidaridad en las ayudas, proyección de los laterales en ataque, gusto por la posesión, verticalidad y rapidez en las transiciones, ahínco en el robo tras pérdida...), el míster valenciano aboga este curso por el 1-4-4-2, con interiores a pierna cambiada en ambos flancos (
Denis Suárez y
Rafinha o
Brais, ni más ni menos) para que
Hugo Mallo y
Lucas Olaza los desdoblen continuamente, generando superioridades por dentro junto a los abnegados y visionarios
Lobotka y
Fran Beltrán.
Arriba,
Santi Mina y
Aspas ofrecen soluciones de sobra, de las que ya querría algún que otro equipo de relumbrón, como al emergente
Aidoo o el sólido
Araujo.
Pero este
Celta, que aspira a reverdecer los laureles más pronto que tarde pero que se conformaría con sufrir menos, carece de alma. Y el tiempo corre tan deprisa que el proyecto podría sufrir un cambio drástico.