Quique Setién se las sabe todas. Puede pecar de tozudez, o, quizás, de realizar afirmaciones de compleja digestión, pero, más allá de que le cueste un ápice realizar concesiones, entierra en experiencia a todos los que dudan de su capacidad para adaptarse a las diferentes circunstancias y encontrar la salida en la encrucijada.
Lo demostró nuevamente ayer, con una versión ajustada a la realidad y proyectada hacia lo único importante tras el varapalo europeo y la cercanía de la
Copa: ganar. Por ello, condicionado obviamente por la cita en
Valencia a la hora de componer el once, el cántabro construyó el equipo desde los cimientos, reforzando los conceptos defensivos que naufragaron contra los galos a sabiendas de que contra el
Valladolid lloverían los centros laterales.
Setién había aprendido la lección contra el
Rennes, que maximizó los espacios y los problemas para responder a los servicios desde la banda, y trabajó en este sentido con el resultado de que la contención se convirtió en un frontón los 90 minutos. En
Pucela no hubo obsesión por el balón, con el que en la primera parte sólo hubo frescura con las intervenciones de
Lainez.
Y tampoco le hizo falta, porque, con tanta seguridad atrás, bastaría con una pizca de efectividad para solventar el choque. La aportó
Mandi en el segundo acercamiento bético, al borde del descanso, lo que concedió tranquilidad y reportó confianza a la propuesta, hasta el punto de que el técnico no dudó en reforzar la medular a costa de quedarse sin delantero. Había que ganar y el 0-2 le otorgó la razón.
Setién es 'perro viejo'...