Decía recientemente Paco Gallardo que Caparrós dista de ser un técnico inmovilista, que había sabido adaptarse a los nuevos tiempos, y ayer lo evidenció con
un retoque considerable en el armazón utilizado hasta el momento y un giro de auténtico maestro en la segunda parte. Así, no alteró su sistema (4-4-1) pero desmontó el doble pivote defensivo por el que había apostado desde que relegó a Machín, al situar a Banega junto a Gonalons y ubicar sobre la pizarra a Sarabia y Mudo en los costados.
El Mudo partía desde la izquierda pero jugaba por dentro para abrirle el carril a Promes, ayer de lateral zurdo, mientras que Sarabia ocupaba junto a Mercado una vía en la que se añoró a Navas.
Caparrós sacrificaba solidez para un mayor control y lo acusó de inicio por la ausencia de coberturas en la diestra, por donde Pucela encontró un vacío para generar. Tampoco se imponía la seda y el Sevilla sufría para crear y contener. Sin embargo, poco a poco corrigió el déficit defensivo y ganó en presencia con el balón.
Menos toques y más profundidad con la que alcanzó el descanso y dominó la primera fase de la reanudación, con llegadas rápidas y una ocasión clara fallada por WBY. Pero entonces
se estancó, perdió dinamismo y frescura, lo que destapó la mano de entrenador de Caparrós.
Dio galones a Bryan Gil y arriesgó con un movimiento que resultó vital: entró Roque por Sergi Gómez y retrasó a Gonalons.
El canario rompió el muro por el centro para marcar e inmediatamente Kjaer ingresó por Ben Yedder. Luego, Bryan asistió en el 0-2 a Munir, el punta que dejó en el campo.
Lección magistral de cómo se gana un partido desde el banquillo.