La de Sergio González fue la última bala de la directiva del Valladolid el curso pasado para que el ascenso no se escapara. Su debut no fue el esperado (derrota por la mínima ante el Sporting), si bien el catalán ya sólo perdió una vez en los siguientes once encuentros, con ocho triunfos y dos empates que devolvieron al Pucela a la elite cuatro años después. Con Miguel Ángel Gómez de nuevo al mando de la dirección deportiva, al proyecto 2018/2019 le ha costado arrancar, aunque desde el banquillo han dado con la tecla adecuada, gracias a un movimiento táctico que tiene mucho que ver con la confección de la sala de máquinas.
Así, Sergio ha pasado de su 1-4-2-3-1 predilecto al 1-4-4-2 asimétrico, con Míchel Herrero y Rubén Alcaraz en el doble pivote, así como Toni Villa y Keko u Óscar Plano -ambos son bajas- más abiertos. La presencia de dos puntas (generalmente, el también lesionado Duje Cop y Enes Ünal) ha contribuido al final de la sequía, que duró hasta la explosión de la jornada 5 (3-3 en Balaídos), transformándose los albivioletas en un bloque mucho más equilibrado.
Tanto es así que llegan a La Palmera tras tres victorias consecutivas, con tan sólo un tanto en contra, fruto de una mayor concentración defensiva, de la solidaridad de la línea de medios y de la solvencia en las transiciones ofensivas, más importantes, incluso, que la profundidad de sus laterales.