No se cansa
Quique Setién de repetir, siempre que puede, lo mucho que cree en su idea y cómo el vestuario confía en ella. Un fútbol en el que predomina el control del balón y en el que no tiene cabida el balonazo en largo. Un
Betis que se gusta, y que gusta, sacando el balón desde atrás, pero que también propicia
(como Setién también se ha encargado de denunciar públicamente) que el rival se encierre atrás siempre que pisa el césped del
Benito Villamarín, donde los verdiblancos gustan ser aún más protagonistas.
De ahí que ayer, frente al
Valladolid, no fueran de extrañar los pitos que se escucharon desde la grada, tanto en el descanso como al final del partido, consumada ya la derrota por 0-1 ante el presupuesto más bajo de
Primera división.
Sin los lesionados
Guardado, Joaquín y Tello, el técnico cántabro decidió darle descanso a
Mandi, pensando en el
Milan; algo que sólo la lesión de
Javi García truncó. Al margen de los cambios (cuatro respecto al duelo del
Wanda), el
Betis fue tan horizontal como de costumbre, costándole meterle mano a un
Valladolid muy bien plantado y que, justo cuando encontró el gol en una excelente contra, era cuando más sufría, habiéndole adelantado el Betis su línea de presión.
A partir de ahí, otro partido: interrupciones, constantes pasos atrás de los pucelanos y prácticamente once hombres colgados bajo el larguero frente a un
Betis en el que
Canales (sustituido en el 72') era el único que le imprimía verticalidad, que es lo que se echa en falta en
Heliópolis. Si el rival se adapta al
Betis, y se encierra, ¿por qué
Setién no se adapta a sus rivales? Requiere un plan 'B'.