Las últimas semanas del Rayo Vallecano han sido muy convulsas, tanto a nivel deportivo como institucional. En lo primero, tras la destitución de Francisco y la contratación de Iñigo Pérez, en busca de recuperar la idea de fútbol de Andoni Iraola con la que soñaron durante las últimas temporadas incluso con acceder a Europa. En el plano institucional, todo nace de unas declaraciones de Isabel Díaz Ayuso, secundadas por el máximo mandatario franjirrojo, Raúl Martín Presa, que hablaban de un posible cambio de estadio, que les llevaría fuera del centro de Vallecas, algo que sentó muy mal a la afición y desató una oleada de críticas y argumentos procedentes de diferentes estamentos, el último, procedente del Ayuntamiento de Madrid.
La concejala de deportes del consistorio madrileño, Sonia Cea ha declarado que "la intención del Ayuntamiento de Madrid es que el estadio se quede en Vallecas". Manifestándolo tras una pregunta de una edil de Más Madrid, que argumentando que "el sentir de la grada" es quedarse en su lugar, y que deberían estar celebrando “por todo lo alto” el centenario del club, en lugar de estar manteniendo “presiones y amenazas” por parte de la dirección del club y de la Comunidad de Madrid para que dejar el Estadio de Vallecas, de la avenida de la Albufera, ha instado a que digan de una vez por todas cuál la opinión de su partido sobre el caso.
La máxima responsable de los deportes ha argumentado que el objetivo de su rival política era usar el fútbol para "crear polémica" y "caldear la grada", en lugar de buscar una solución que favorezca a los rayistas. Se mantiene en la línea de Díaz Ayuso, Martín Presa y el alcalde, Martínez Almeida, que abogaron porque el club siguiera en el barrio, pero en lugar de en ese estadio "que se cae", en uno nuevo, que esté lo más cerca posible y que se adapte a las necesidades del club en estos nuevos tiempos. Aunque como ha manifestado en el mismo pleno un edil de vox, "el futuro del Rayo lo tendrá que decidir el Rayo", y pensar "en los próximos cien años". Algo que no piensan desde el grueso de la hinchada, que quieren sí o sí, que su vetusto templo sea remodelado y adaptado a la modernidad, pero que en ningún caso se mueva de dónde está y siga siendo durante muchos años más el símbolo del barrio obrero.