La peor Semana Santa que se recuerda por estos lares toca a su fin. Casi dos tercios de las cofradías sin salir por la lluvia, apenas doce de las que se atreven durante algún claro se salvan, petaladas a destiempo, calles abarrotadas como nunca en el casco histórico de Sevilla, 'bullying' al hermano mayor de turno por arriesgar el patrimonio de todos, enfrentamiento entre puristas y 'bandaliebers' (fanáticos de las bandas que se permitieron hasta abuchear a ciertos pasos por entrar sin música y que estallan con la enésima reproducción de una marcha, 'Eternidad', que se compuso hace una década pero que han sacado del anonimato 'Califato 3x4' y la campaña de la Junta de Andalucía)... Y todo ello, con servicios mínimos. No quiero ni imaginarme tanta pasión desbordada, multiplicada por las redes sociales y su inmediatez, cuando el sol acompañe con su solemnidad.
La semana grande en la capital hispalense comenzó, en clave verdiblanca, con la muerte a los 79 años de Manuel Ruiz de Lopera, figura indiscutible del Real Betis de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Un dirigente peculiar donde los haya, capaz de quitar a Real Madrid, FC Barcelona o AC Milan el fichaje más caro de la historia en los estertores de la década de los 90, un Denilson de Oliveira que luego pasaría sin pena ni gloria por Heliópolis, pero que superó en precio a Rivaldo o Ronaldo, por ejemplo. Además, el empresario de El Fontanal, que fuera hasta hace nada máximo accionista de una institución en la que ejerció de presidente en la sombra y consejero delegado, fue el artífice de la única presencia del club de La Palmera en la Champions League. Y, como acuñara Lorenzo Serra Ferrer, tuvo en sus manos en lo que se convertiría: "El Betis será lo que Lopera quiera".
Ni que decir tiene que su imagen, la de Don Manuel, quedó muy deteriorada con la acusación formal de haber incurrido en un presunto delito societario continuado al frente de la entidad y la posterior pérdida de control de su paquete de títulos, vendido en teoría a un gestor de dudosa fama como Luis Oliver y cedido luego al Betis en un pacto que engordó sus arcas. Dicen sus defensores que la justicia nunca le condenó y que, por tanto, su inocencia continúa intacta, pese a que el Supremo dictaminara que más de la mitad del capital que representaba fue adquirido con dinero de la sociedad y procediera a ordenar su 'destrucción'. Ahora, por suerte o por desgracia, en esta orilla del Guadalquivir emerge el Benito Villamarín (dentro de un par de años, con el Nuevo por delante), no el Estadio Ruiz de Lopera, y Don Manuel en verdiblanco se apellida Pellegrini Ripamonti.
Un entrenador con el culo 'pelao', como diría Luis Aragonés, en banquillos infinitamente más calientes además, como los del Santiago Bernabéu o el Ettihad Stadium. Un veterano que, eso sí, pasa por su peor etapa en La Palmera, donde nunca había acumulado cuatro derrotas. Así, el milagro de meter otras tantas veces seguidas al Betis en Europa se aleja un poco más, pese a que sus hombres dieran signos de mejoría en Girona. Sobre todo en el plano realizador, porque llevan mes y medio sin dejar su puerta a cero (desde el 0-0 contra el Deportivo Alavés) y les han metido dos goles de media en esta funesta racha. Los más agoreros hablan de fin de ciclo y tratan de contaminar el ambiente entre los que mandan y el 'Ingeniero' señalando su decepción por las promesas incumplidas. Lo ha desmentido públicamente y con una parsimonia que sorprende el propio técnico chileno, que no tiene en mente, por ahora, romper su contrato.
Tampoco Haro, Catalán o Alarcón, ni mucho menos Fajardo, prescindirán de Pellegrini. Me atrevería a apostar que ni perdiendo más partidos, incluso todos los que quedan, aunque eso ya sería una afirmación muy osada. Depende del de Santiago o, para ser más exactos, de que en Arabia Saudí paguen los seis millones de euros de su cláusula de rescisión, con su consentimiento, claro. La confianza y el crédito por ambas partes no es inagotable, aunque goza de buena salud. Se ansía la reacción, el 'sorpasso' en las ocho jornadas que restan, y se apela al compromiso. Porque hay promesas que no han visto la luz y que, en parte, se cumplieron durante la etapa de Ramón Planes. La idea es seguir agitando la coctelera, con los ingredientes nuevos que se puedan, hasta conseguir un producto lo suficientemente competitivo como para optar cada tres días al éxito. El problema es que puede avecinarse un año de barbecho. Y no todos tendrán ganas de esperar a que las hojas reverdezcan.