En las victorias, con el viento de cara, era fácil destacar las virtudes de Dani Ceballos y recurrente exclamar con incredulidad ante el riguroso ostracismo al que le había condenado Gustavo Poyet. Sin embargo, fue ayer, en una derrota con visibles carencias en el juego colectivo del Betis, cuando con más nítidez se vio lo importante que el utrerano es para su equipo. Lástima que le faltasen amigos, socios con los que hablar un mismo idioma; pues Ceballos no paraba de pedir el balón, lo cogía, se giraba... y no tenía nadie con quien asociarse y aún menos después de que se tuviese que marchar Joaquín, lesionado.
No obstante, a pesar de estar tan solo en las labores creativas y ver siempre desde tan lejos a los puntas, el internacional sub 21 nunca dejó de intentarlo. En una nueva versión más sacrificada, presionó, acompañó las jugadas y recuperó; pero además, a falta de toque, tiró de conducción para romper las líneas del Alavés e incluso rondó el gol. Pidió un penalti y tuvo un buen intento con un disparo desde fuera del área.