Habrá quien me diga que me espere, que del que voy a hablar es del
Betis y que a este club le puede pasar de todo. Pero tras el triunfo de ayer quien diga que no está salvado no es que peque de precavido, es que no ha querido mirar a la tabla.
El equipo de
Víctor certificó ayer la salvación y, con ello, cerró todos los objetivos, porque el ansiado décimo puesto se encuentra a una distancia tan sideral como la zona que lleva a Segunda. Por tanto, es hora de hacer balance. Y es mejor hacerlo ahora porque en las seis jornadas que quedan, sin presión y sin nada en juego, puede pasar de todo, desde que el equipo se deje ir y empiece a pensar en las vacaciones hasta que despegue y sume como no ha hecho en casi todo el año en un calendario más que propicio. Y en el que, por cierto, podría ser juez del descenso.
Pero ni eso le valdría para justificar otro año de desilusiones, con fugaces alegrías como la de ayer y en el que las sombras han superados a las luces. Un año en el que se partía con un presupuesto, un gasto en refuerzos y unos objetivos mayores que en la 15/16, pero a día de hoy tienen hasta muy complicado igualar la puntuación de la pasada campaña (45 puntos); alcanzar la décima plaza de entonces se antoja imposible. Luces, haberlas haylas, pero son pocas. Y sensaciones... bastantes y ninguna positiva.