El
Betis no fue tan pragmático y directo como en
Valladolid, pero se llevó el mismo premio de
Balaídos explotando de nuevo todo su catálogo de virtudes. Hubo paciencia en la elaboración, una de las señas de identidad de este estilo propio de los verdiblancos, pero mayor velocidad mental en la toma de decisiones.
No se abusó en exceso de las conducciones entre líneas y se arriesgó lo justo en la salida, porque los centrales, por una vez, estuvieron más aplicados en las marcas y tiraron de la anticipación para encimar a
Brais,
Boufal y, sobre todo,
Maxi Gómez. Ayudas al compañero, presión antes y, especialmente, tras pérdida, intensidad en los cruces...
El conjunto de
Setién se tomó en serio el partido desde el principio, consciente de lo que se jugaba y de la ansiedad de un
Celta al que dio opciones, pero que desapareció con la entrada de
Tello en el campo, un factor de desequilibrio y desconcierto que terminó siendo letal.