Setién apostó como en la ida por el intercambio de golpes, confiado en la mayor calidad de los suyos y en la imposición de su estilo, pero, una vez más, se olvidó de contrarrestar las armas del rival, como el juego aéreo o su capacidad para maximizar los espacios, lo que, al igual que Francia, deparó un inicio nefasto para los verdiblancos.
Desenchufados nuevamente en el arranque, el Betis evidenció problemas en el repliegue, y sobre todo, para cerrar los centros laterales, principal vía de peligro de un Rennes que se sentía cómodo a la carrera y percutía por la izquierda. Con Joaquín y Guardado en los carriles, ganaba en profundidad, pero precisaba sin balón de unas coberturas que no llegaban y que tampoco recibían la compensación de la seguridad en el eje de la zaga, como ocurrió en los goles, primero en un córner mal defendido y luego en un servicio desde la derecha que rematan solo.
Faltaba concentración y solidez, pero también al Rennes, tan poderoso físicamente como frágil atrás, lo que aprovechó para acortar antes del descanso con una acción rápida. Era la fórmula y Setién trató de reforzarla tras el descanso, con un Betis más vertical, con menos toque y Canales de conductor. Superaba la presión con cierta facilidad y generó ocasiones merced a la presencia de Jesé y hasta que a Joaquín le duraron las fuerzas. Sin embargo, este impulso se difuminó al tiempo que el Rennes se estiraba de nuevo. Setién intentó recuperarlo con Lainez como carrilero. Mas la gasolina estaba justa para hazañas y fueron los galos, con oficio, los que sentenciaron, haciendo pagar a Setién que no trabaje lo suficiente cómo neutralizar las virtudes ajenas.