Saltó acomplejado al
Wanda Metropolitano el
Sevilla FC de
Joaquín Caparrós, que tuvo que configurar una retaguardia de circunstancias ante las ausencias de hombres de peso como
Carriço y
Mercado, destacando la presencia en la zaga de
Kjaer, que volvía al once cuatro jornadas después, y
Gnagnon, que no lo hacía de inicio desde enero. El francés, además, lo hizo como lateral izquierdo, ante las bajas, también, de
Escudero y
Promes, habitual suplente del vallisoletano.
Todo ello, lógicamente, se notó en un equipo blanquirrojo que el utrerano dibujó en el feudo rojiblanco sobre el 4-2-3-1, estando
Ben Yedder muy solo en punta y cayendo Munir a una banda izquierda a la que
Gnagnon se resistía a hacerle kilómetros. Algo, en parte, lógico. No tanto como la falta de chispa de
Navas por la suya. Y es que el
Sevilla FC, como equipo, apenas hizo presencia en el
Metropolitano durante la primera mitad, jugando a un ritmo muy lento, como si lo tuviera ya todo hecho y no se jugara la cuarta plaza de
LaLiga, con derecho a
Champions, ni la séptima, con dos rondas previas, tampoco lo amenazara. Así, por tanto, llegó el 1-0, obra de
Koke, quien finalizó una contra colchonera que rebotó en
Kjaer y en la que nadie salió al cruce.
Tras el paso por vestuarios, no obstante, mejoró con los cambios, especialmente con un
Aleix que le dio más profundidad y un
Marko Rog que le puso más ímpetu a la zona ancha. Llegó el empate, por medio de
Sarabia, que también pudo firmar la remontada. Y es que el
Sevilla, al final, despertó, pero lo hizo demasiado tarde. Su apatía puede que le cueste la
Champions.