Lo tiene bastante complicado Cristóbal Parralo, otrora técnico del filial deportivista (el Fabril), para reconducir la senda de un equipo en el que no se dan a priori las condiciones mínimas para que broten de nuevo la confianza y la tranquilidad.
Un vestuario dividido, como demuestra la última
trifulca entre Arribas y Andone (que ha acabado con ambos apartados y buscando destino invernal), una plantilla hecha a impulsos, a base de retales y con ciertas lagunas en algunos puestos... El cuadro herculino es, en el mayor sentido de la expresión,
un polvorín con la amenaza constante de la dinamita.
Tácticamente, el nuevo míster ha procurado dotar de mayor sentido y orden a sus alineaciones, acabando con debates y rotaciones difíciles de entender, como las de la portería (con cuatro ocupantes distintos en trece jornadas). Además, Cristóbal
está combinando el 1-4-2-3-1 en fase ofensiva con el 1-4-1-4-1 a la hora de contener, con Borges adelantando su posición para ayudar a Fede Valverde y los extremos en la presión. Porque una de las máximas del cambio en el banquillo reside en la necesidad de que todos se impliquen en el trabajo.
Los laterales no tiene la obligación de proyectarse continuamente, dando mayor libertad a los extremos y permitiendo, también, que un central con tanto gol como Schär se quede a veces rezagado cerca del área rival. Los resultados, de momento, no están acompañando en exceso. Pero el ‘clavo’ que más arde en La Coruña es el actual...