Redacción deportes, 14 jun (EFE).- Asoma Patrik Schick, un tipo espigado que roza los 190 centímetros pero con limitada repercusión, por el escenario habilitado en la Eurocopa para Robert Lewandowski, Crsitiano Ronaldo, Kylian Mbappe o Harry Kane, los grandes artilleros, estrellas que marcan tendencia un año tras otro alrededor del balón en el Viejo Continente.
Ha sido suficiente con un disparo, impensable, preciso, perfecto, para hurgar entre las biografías futbolísticas datos que aproximen a este jugador de Praga, de 25 años, hacia el gran público.
Al inicio de la segunda parte de un duelo aparentemente irrelevante, entre dos selecciones, Escocia y la República Checa, descartadas del puñado de favoritos al inicio del torneo, cuando un tiro desde el medio del campo, desde casi 50 metros, se introdujo directamente por la escuadra derecha de la portería defendida por David Marshall. Una obra de arte, un gol majestuoso que abrillantó un choque de la primera jornada de la fase inicial. Fue el gol de la Eurocopa. El tanto que se repetirá una y otra vez entre los grandes momento del torneo.
Fue en Hampden Park de Glasgow. Un recinto que parece preparado para acciones irrepetibles, para dianas imposibles. Fue ahí, en el mismo césped del estadio escocés, donde una volea de Zinedine Zidane dio una Liga de Campeones al Real Madrid, ante el Bayer Leverkusen. Ese tanto de la final del 2002 fue elegido en su día como el mejor en toda la historia de la Champions. El de Schick será el más recordado de esta Eurocopa y uno de los más bellos en el cúmulo de las ediciones de la competición.
El mérito llegó de un hombre ya asentado como referencia de la selección checa. Un jugador alto, espigado, con determinación en el área aunque con talento limitado. No dio esa sensación en el partido ante Escocia. En su vigésimo octavo partido como internacional firmó un doblete. Primero con un gol de cabeza, sello de rematador. Después con el gol imposible desde el círculo central.
A sus veinticinco años Schick, un fijo y principal argumento en ataque en el combinado de Jaroslav Silhavy, es ya un hombre con experiencia internacional. Un trotamundos con mil historias en su espalda.
Gestado en la fábrica del Sparta Praga, con el que debutó a los dieciocho y donde permaneció, sin protagonismo durante dos temporadas, acumuló partidos en su país en el curso que jugó con el Bohemians. Fue ahí donde tomó impulso. Fue titular indiscutible y acabó la liga Checa con ocho goles.
La necesidad de gol de los grandes clubes facilitó su salida a las grandes ligas. Marcó a Italia para reforzar al Sampdoria. Un año y después al Roma donde permaneció dos aunque su rendimiento goleador aflojó.
Brilló un año después, en el Leipzig alemán. En la Bundesliga, donde recaló en la campaña 2019-20 y con el que anotó diez goles en los veintidós encuentros. No empeoró sus números una temporada después, la recién acabada, en el Bayer Leverkusen. El puesto de delantero fue suyo. Veintinueve partidos de la competición germana. Nueve dianas.
En la Eurocopa cumple un lustro como internacional checo con la que se estrenó en mayo del 2016, con veinte años. Pavel Vrba le preseleccionó para la pasada edición, en Francia, pero fue uno de los descartes. Disputó la fase de clasificación para el pasado Mundial, en Rusia, pero su equipo se quedó fuera.
Disputa ahora un gran torneo Schick, con el gol en sus venas. Los dos tantos firmados ante Escocia elevan a quince en veintiocho partidos su particular cosecha.
Ninguno será como el de Hampden Park. El que le sitúa entre los mejores artilleros del torneo en la primera jornada. Con menos repercusión, con menos nombre pero con la misma eficacia.
Santiago Aparicio