A Javi Navarro y a Pablo Alfaro les deben pitar los oídos. Especialmente tras la reaparición del valenciano con motivo del reciente regreso del Sevilla FC a Eindhoven -en la eliminatoria de Europa League contra el PSV-, miles aficionados del conjunto nervionenses se acuerdan de aquella temible dupla defensiva; sobre todo por el contraste con la debilidad de la actual zaga, llena de "parches", como admite sin tapujos un Jorge Sampaoli obligado a reconvertir en centrales a jugadores que no lo son para paliar la interminable plaga de bajas. Su tándem tuvo mala prensa, se les tildaba de 'Asesinos', pero detrás de aquellas campañas orquestadas "desde Madrid" se escondía un malestar ante el despertar de un equipo que llevaba años instalado en la mediocridad y se acababa de sentar en la mesa de los grandes "a reclamar su trozo del pastel".
Era un Sevilla FC de otra época de más faena que glamur, competitivo, guerrero, batallador e incómodo. Un equipo en el que la opción de tocar plata ni se contemplaba pero al que no le podía la presión cuando le tocaba jugarse la vida. "¿Cómo no íbamos a defender al Sevilla?", recuerdan ambos en una extensa entrevista concedida a Alonso Rivero y Samuel Silva en @Relevo. "Me acuerdo de salir a calentar y en todos los campos nos gritaban 'Asesinos'. Era para nosotros era gasolina para el cuerpo", cuenta Javi Navarro al ser preguntado por un lance que con el mallorquinista Juan Arango que le colgó una etiqueta que todavía hoy, más de tres lustros después de colgar las botas, le persigue: "Sufrí, no voy mentir. No voy a hablar de la jugada en concreto porque sería alimentar aquello de que si fue intencionada o no. Soy de los que pienso que en el campo hay que darlo todo, pero cuando termina el partido podemos ir a tomarnos una cerveza. Y siempre lo hemos hecho así".
"La parte mediática hizo mucho daño, pero el club y la afición me arroparon mucho. Esa fue la clave para poder llevar esa situación tranquilo. Estaba en el búnker que era Sevilla y todo lo que se decía venía de Madrid. Yo salía a la calle aquí y la gente me seguía apoyando", relata el que fuera capitán. "Ganó títulos, jugó en la selección... y ¿sólo se recuerda que era duro?", interviene Pablo Alfaro, su compañero de retaguardia pero también su admirado amigo, que tiene muy claro que la antipatía que despertó aquel conjunto tenía una explicación muy evidente y sencilla: "El Sevilla deja de ser simpático porque ya no nos ganaban fácil".
"El Sevilla FC, poco a poco, deja de ser simpático porque ya no te ganan fácil, porque existe una tarta que normalmente siempre se la reparten los mismos y ahora llega alguien que se sienta y dice 'yo también quiero un trozo y me lo quiero ganar'. Los que están sentados siempre, pues se molestan", añade el aragonés, que remarcó que se siente "muy orgulloso" de haber jugado en ese equipo y de haber conocido a los compañeros que tuvo en aquella época en la que el vestuario era un bloque sin fisuras.
. Ahí no entraba nadie, ni utilleros, ni presidente, nadie. Estaba el núcleo, nosotros y cada uno votaba en secreto con su papelito y elegíamos quiénes queríamos que fueran nuestros capitanes. Porque el brazalete del Sevilla FC es muy bonito ponérselo, pero el brazalete del Sevilla FC cuesta ponérselo. Cuando en una votación de 24 compañeros sacas 23 votos, porque no puedes votarte a ti mismo, eso te da una fuerza para apretar a todo el mundo, hasta al presidente", subraya Pablo Alfaro, recordado también por su carácter en los derbis contra el Betis.
"Otra cosa que nos unió mucho fueron los jueves por la noche. Un vestuario donde hay dos serbios, tres brasileños, un italiano… vienes, entrenas y te vas. Los jueves salíamos a cenar y siempre alguno terminaba con esa pequeña borrachera con la que no podía irse solo a casa", recuerdan ambos entre risas sobre los secretos de aquella piña.
"Nos conocemos sólo de entrenar, pero ese día tienes una noche larga, hemos compartido conversación, te has desinhibido porque te has tomado dos copas. Yo te dejo en tu casa esa noche y al día siguiente cuando ese compañero entra al vestuario me va a mirar diferente, se va crear una unión que no se va a ir. Se tomará un café con nosotros, entraremos juntos a tratarnos… Caparrós tenía eso muy claro. Ese equipo, como decía el míster, era también el mejor ahí. Hoy en día también pienso que eso es casi imposible", relata una pareja de otra época.