El futbolista tunecino Nizar Issaoui murió este viernes como consecuencia de las quemaduras de tercer grado sufridas el pasado lunes, cuando se inmoló como forma de protestar contra el abuso policial, después de haber sido acusado de terrorismo por una disputa vecinal en la región de Kairouan, en el centro del país.
"Por una pelea con una persona que vende plátanos a 10 dinares voy a comisaría y me interrogan por terrorismo. Terrorismo por una denuncia sobre plátanos", explicó el joven en un vídeo en directo publicado en las redes sociales segundos antes de inmolarse frente a la jefatura de Policía.
Issaoui, de 35 años y exjugador del equipo Union Sportif de Monastir de la primera división tunecina, era padre de cuatro hijos y fue trasladado este viernes desde la Unidad de Grandes Quemados de la capital hasta Haffouz, su ciudad natal, donde numerosos vecinos le dieron su último adiós.
Nizar Issaoui hizo carrera en el fútbol de su país, aunque jugó seis meses en el Al-Orobah FC de Arabia Saudí. Su último equipo fue el Etoile Sportive El Jem, al que llegó el pasado mes de enero. Llegó a marcar 14 goles en la Ligue Professionnelle 1, la primera división de Túnez.
Las protestas frente a la comisaría donde ocurrió todo no cesaron durante el día de su fallecimiento. Las fuerzas de seguridad hicieron uso de gas lacrimógeno para dispersar a las decenas de ciudadanos que se manifestaron frente a la comisaría para denunciar la muerte de Issaoui, obligando a los comercios colindantes a cerrar por los altercados.
En 2018 la muerte de otro joven en las mismas circunstancias levantó una ola de protestas en Kasserine, al sur del país, contra la degradación de las condiciones de vida en una de las regiones más paupérrimas de Tunez.
Abderrazak Rezgui, un cámara de 32 años que trabajaba en una cadena privada de televisión, se prendió fuego en directo en las redes sociales para denunciar la marginalización y abandono de los jóvenes desempleados.
Rezgui explicó que con su acción pretendía iniciar una revolución como la que se desató en 2011, tras la también inmolación de Mohamed Bouazizi, en la localidad vecina de Sidi Bouzid, y que puso fin a dos décadas de dictadura de Zine El Abidine Ben Ali.