Quique Setién ha conseguido que su
Betis juegue de dulce, que haga honor al fútbol y que desmerezca todo lo visto en
Heliópolis con anterioridad. El
Betis se gusta con el balón en los pies y hace del esférico su mayor virtud, pero también su condena.
Pues ayer, ante el
Leganés, los verdiblancos volvieron a sufrir más de lo esperado por el fútbol mostrado, volviendo a ser un recién aterrizado
Rubén Castro quien tuviera que sacarle las castañas del fuego a los de
Heliópolis. Y es que los de
Setién son víctima de su egolatría, de olvidarse a veces del objetivo último, el ganar, y de detenerse en el detalle y el adorno, como esos taconazos en el área de
Cuéllar instantes antes de que llegara el empate a dos por parte del conjunto pepinero.
El técnico cántabro supo suplir las bajas en defensa confiándole el lateral derecho al canterano
Francis y retrocediendo la posición de
Javi García, quien abandonó la zona ancha para partir desde el eje de la retaguardia. En el centro del campo,
Fabián y
Guardado partieron en línea configurando un doble pivote mucho más marcado que en otras ocasiones, a pesar de que siempre bajaba alguno a recoger la pelota.
Todo ello, ante un 'Lega' que saltó al césped muy encerrado atrás y que, tras el gol de
Tello, se estiró hacia arriba, lo que permitió a los verdiblancos conectar a la espalda de la retaguardia y gozar de más de un uno contra uno, como en el gol de
Joaquín. En la segunda mitad,
Fabián llevó la batuta y
Rubén Castro -quien si no- desniveló la balanza (de penalti) a favor de los verdiblancos cuando parecía que la victoria se esfumaba por gustarse en exceso.