Rafa Nadal ha dicho adiós al tenis después de veintidós años como profesional y de haberse asentado como uno de los mejores deportistas de la historia. Leyenda en el tenis que, además de coincidir con adversarios a su altura, de pujar por el trono con adversarios que también formarán parte del olimpo deportivo, tuvo que lidiar, seria y frecuentemente, con las lesiones que tan presente estuvieron durante su carrera.
Su despedida en Málaga, en la Copa Davis, en el Palacio de los Deportes Martín Carpena no fue la mejor, y es que una de las poquísimas manchas que Nadal ha tenido en su carrera, quizás la única, ha sido no saber parar, no saben irse. Las lesiones aparecieron con más frecuencia de lo habitual en 2022, pero se sobrepuso y, de manera inesperada, ganó sus dos últimos Grand Slam. En el Abierto de Australia, en ese encuentro épico ante el ruso Daniil Medvedev en el que tuvo que remontar dos sets de desventaja, y Roland Garros después, el decimocuarto en París. Aquello fue el principio del fin, el cual Nadal no supo o no quiso ver.
En 2023 los problemas físicos fueron a peor. Disputó el Open de Australia, derrotado por el estadounidense Mackenzie McDonald, ya lastrado por una dolencia en el psoas ilíaco de la pierna izquierda y de la que terminó por ser operado meses más tarde. Se convirtió en habitual su presencia en redes sociales para anunciar su baja de cada próximo torneo. Hasta que en mayo, en una rueda de prensa, comunicó un parón indefinido hasta que lograra la recuperación. No regresó hasta casi un año después de aquel partido de Australia.
Desde principios de año, cada partido era asumido como el último, siendo cada encuentro una celebración y cada derrota un homenaje. En Barcelona, donde volvió, cayó en segunda ronda; mientras que en el Masters 1000 de Madrid fue eliminado en octavos frente el checo Jiri Lehecka. Ni siquiera la tierra, la arcilla, a la que tanto dio, correspondía a los deseos de Rafa, que parecía resistirse a ver lo que todo el mundo veía.
. Llegó a dicha cita con la final de Bastad en la mochila, tras caer en el duelo por el título contra el portugués Nuno Borges, y la cita olímpica no fue mejor.La gran expectación que generó en París, en la Suzanne Lenglet, tuvo sabor a despedida. En el cuadro individual ganó al húngaro Marlon Fucsovics pero perdió después contra Djokovic. Y en dobles, el efecto con Carlos Alcaraz se estancó en los cuartos de final, en puertas de la lucha por las medallas.Algunos meses después de aquello, Nadal anunció con un vídeo que se iba, que se acababa, pero de nuevo lo hizo estirando un chicle que llevaba sin sabor mucho tiempo y que estaba masticando demasiado. Fue a la Copa Davis, jugó y perdió, otra vez mermado por una lesión. En Málaga, en el Martín Carpena, ya no pudo hacer más, en una despedida que no ha estado a la altura de la leyenda. Sin ningún compañero de profesión mundial, como pasó en la despedida de Roger Federer, sólo arropado por el equipo español de la Davis y con un vídeo donde iban saliendo deportistas con un mensaje. Si se hubiera marchado a tiempo, cuando le tocaba, quizás la despedida hubiese sido mejor, acorde al deportista que es, o mejor dicho, que ha sido. En cualquier caso, este triste final no empañará dos décadas de éxitos.