Se está convirtiendo en habitual que Julen Lopetegui saque del terreno de juego a Lucas Ocampos en las segundas partes. Y en no pocas ocasiones ha estado justificado, porque el argentino no andaba fino físicamente y con el balón o perdido en sus habituales batallas. Y se ha convertido en habitual, igualmente, que el ex del Olympique de Marsella se marche por la parte del campo que le pille más cerca y con gestos de contradicción, como poco. Generalmente, enfados muy visibles.
Se entiende que
su actitud pueda molestar al compañero que le reemplaza, pues tiene el mismo derecho a jugar que él, pero en ocasiones indignación ha sido más consigo mismo, cuando no le salen las cosas. En cada partido sale como si le fuese la vida en ello, y ahí no hay nada que reprocharle, si bien esta temporada no anda, ni de lejos, igual de fino de cara a puerta. Se va ofuscando, deja de levantar la cabeza y desperdicia buenas ocasiones. Por eso, Lopetegui le termina quitando.
Ante el
Real Valladolid, este sábado, sin embargo, sorprendió que el vaso tomase esa determinación. Sobre todo, si no era para meter a Idrissi, quien podría amenazar a la contra como él. De hecho, hasta entonces, podría decirse que el extremo argentino estaba siendo el mejor: encontraba sitios para correr, tenía eentretendidos a Hervías y Orellana, había mandado un balón al larguero y transformado,
con su infalible estilo, un penalti.
Ocampos
disparó tantas veces como todo el resto del equipo (7), completó, junto a En-Nesyri,
más regates que otros (3) y era
la única vía fiable para amenazar al Pucela a la contra. Pero Lopetegui decidió quitarle, una vez más. Se podría pensar que de cara a que reserve fuerzas para el partido de este martes en Valencia... de no ser porque
el perfil de los jugadores que metió en el campo delatan al técnico vasco, quien
volvió a intentar que ya no pasara nada. Y pasó. De ahí que
el enfado de Ocampos en esta ocasión más que justificado.