De nada sirve jugar bien en estadios como el Camp Nou si no te acompañan la suerte y la pegada. Y el
Sevilla está reñido con lo segundo. Especialmente
De Jong, que sigue sin ver puerta y, con ese gafe, está lastrando a su equipo, que no vio correspondida con goles su prometedora puesta en escena.
Porque los de
Lopetegui, mandones y osados, comenzaron atacando la espalda de
Semedo y Piqué, con una presión alta y constante, completada por rapidez de pensamiento y un criterio notable. Bien posicionados, sin dejar resquicios por dentro sobre todo, los nervionenses se desplegaban rápido, a veces con balones en largo para responder a las pérdidas de un
Barça que jugaba en campo rival. Mereció más el cuadro visitante, con varias llegadas seguidas muy claras y su anfitrión aparentemente noqueado con su defensa de circunstancias.
Ocurre que la eficacia puso a cada uno en su sitio, rebajando los ánimos de quienes no entendían que estuvieran errando y reduciendo aspectos en absoluto secundarios como la concentración y la confianza. En un arreón, los de Valverde convirtieron sus tres primeros disparos a puerta nítidos en un 3-0 demoledor para el
Sevilla, que acumuló oportunidades para haberse acercado bastante al guarismo de su oponente.
Y
De Jong volvió a reincidir en una segunda mitad en la que el
Barcelona dejó pasar el tiempo, con una parsimonia apenas rota por las arrancadas de
Messi, al tiempo que los blanquirrojos buscaban una contra que los metiera a la desesperada en el partido. Ya sin un plan, tocando a rebato por si sonaba la flauta. No sonó.