Tiene que pensarlo, casi de manera inconsciente, su padre,
José Grimaret, a la hora de ponerle cara a uno y otro de sus hijos. Y es que en el fondo es la misma, aunque sus colores sean muy distintos.
Pablo y
Alejandro, uno
bético y otro
sevillista, son totalmente idénticos; dos gotas de agua que, como buenos gemelos que son, comparten el mismo rostro, pero no el mismo equipo.
Muestra inequívoca de la dualidad que vive una ciudad como
Sevilla, atravesada por un río
Guadalquivir que depara dos orillas, como dos son también las
Esperanzas o las semanas grandes de la primavera hispalense. Y dos, lógicamente, son también los grandes clubes de fútbol de la ciudad,
Sevilla y
Betis. Dos almas gemelas que dan forma al fervor futbolístico de Sevilla, tan acostumbrada a ello como ajeno es para los foráneos. Pues en toda la familia hay algún "garbanzo negro", como bromea
José sobre sí mismo, reconociendo que él y su hijo
Alejandro son los únicos sevillistas por parte de los suyos, aunque en su casa de la localidad de
Brenes está la cosa más equilibrada, siéndolo también su señora y su hijo
Pablo, quien, eso sí, apuntaba maneras de 'palangana' de pequeño.
"Cuando hay fútbol, no se puede hablar. Nunca van juntos, uno va a un campo y el otro lo ve por la tele con los amigos. Esta vez le toca al sevillista. De chicos parecía que ambos iban para sevillistas, pero la madre es bética y de un día para otro le comió el tarro alguien y se me hizo bético uno", bromea el progenitor, quien le da forma a una de tantas historias que esconde el
derbi sevillano, aunque sólo sea por un día, pues rara es la casa en la que no convivan
béticos y
sevillistas el resto del año como buenos hermanos, padres o hijos.
"El bético sí ha pisado el campo del
Sevilla, pero no se dejó hacer fotos. Yo quería enseñársela a sus abuelos pero no consintió. El otro ni ir al Villamarín ha querido", dice un padre orgulloso del derbi que juegan en casa.