El Sevilla caminó el pasado miércoles, por enésima vez ante el
Barcelona, por ese delgado alambre que separa el éxito del fracaso. Por una fina línea de once metros que dejan una vez más a los de
Nervión con una pena máxima, rememorando entre lamentos cuan distinta podría haber sido su suerte en el
Camp Nou si
Éver Banega transforma el penalti que tuvo en el minuto 27 para hacer el 1-1 y poner más cerca las
semifinales de Copa.En ese momento fue cuando el
Sevilla perdió la eliminatoria, por mucho que en el momento de la parada de
Cillessen al tiro del medio argentino los de
Pablo Machín todavía estuviesen virtualmente clasificados. A partir de ahí, los goles locales cayeron por inercia. Ni siquiera en el momentáneo 4-1 se respiraba fe en la proeza.
Arana celebra el gol -no le faltan motivos pero no era momento ni lugar- en lugar de correr hacia la portería; un gesto que más que para ahorrar tiempo, es para intimidar al rival, como espetando: ‘Y ahora te voy a meter otro’. Pero no hubo nada de eso.
La ilusión, como mostró el lenguaje corporal de los sevillistas,
se evaporó a partir del penalti fallado. Se le encogió la pierna a
Banega como a
Wissam Ben Yedder en
Tánger, con el mismo oponente pero esta vez con
Ter Stegen como verdugo. El franco-tunecino falló en el minuto 90 un lanzamiento que habría llevado a la prórroga la final de la
Supercopa de España disputada a partido único en
Marruecos el 12 de agosto.
Dos penaltis fallados que podrían haber granjeado un título y las semifinales de la
Copa del Rey. Una ‘pena máxima’, ya que son los dos únicos que no han acabado en gol de los 12 disparos desde los 11 metros que ha ejecutado el
Sevilla en esta temporada. Ocho de ellos se fueron al fondo de las mallas directamente (cinco de
Banega, dos de
Sarabia y uno de
Ben Yedder).
Más suspense hubo en los de
André Silva contra el
Villanovense, en la vuelta de los dieciseisavos de final de la Copa, y de
Quincy Promes el pasado fin de semana ante el
Levante, en la jornada 21 de
LaLiga. El meta de los extremeños,
Ismael Gil, y el de los valencianos,
Oier Olazabal adivinaron y pararon sus disparos en primera instancia; pero ambos cazaron luego sus propios rechaces y acabaron marcando. Es decir, que ese maleficio desde los 11 metros sólo afecta al
Sevilla contra el
Barcelona. Y no es algo de este curso. Por este mismo trance tuvo que pasar
Vicente Iborra en el encuentro de vuelta de la
Supercopa de España de la 2015/2016.
Claudio Bravo detuvo el chut del ahora jugador del
Villarreal, pero las consecuencias fueron menores, ya que el
Barça ganaba 1-0 ( y acabó ganando 3-0) tras vencer en la ida en
Nervión por 0-2.