Montella aterrizó en Nervión con una idea tan clara como plena de lógica: contar sin dudarlo con uno de los futbolistas punteros de la plantilla independientemente de los problemas con su antecesor.
Una intención coherente que necesitaba la colaboración del francés, tan dispuesto como el técnico a enterrar el pasado para construir, como mínimo, un presente por el interés común, porque el italiano precisa a sus baluartes y el medio jugar de cara al Mundial o a una salida ventajosa para propiciar una simbiosis beneficiosa para el Sevilla. Por ello, Montella lo incluyó en su once a la primera oportunidad y el centrocampista recuperó su sitio con naturalidad, sin acusar su dilatado ostracismo pero sin forzar la máquina, valiéndose de su posicionamiento para imponerse y sin arriesgar demasiado en el pase.
No se escondió y mostró la intención de dejar atrás este capítulo desagradable, aunque de momento sólo ha colocado la primera piedra. Montella espera mucho más.