"No hay que tener miedo a vender buenos jugadores; el problema es no comprarlos", dijo Monchi recientemente, en una entrevista con
El País. Y, mientras él estuvo, el Sevilla no tuvo miedo a vender a sus mejores futbolistas. Es más, ése era el eje central de una política que le ha dado éxitos inimaginables: compraba barato, vendía caro y crecía, hasta poder tocar el cielo.
Sin decirlo, con la marcha del de San Fernando,
Castro dejó de entregarse tanto a esa estrategia, pues, aun confiando en Óscar Arias, era consciente de que todos los directores deportivos no están capacitados para hacer lo mismo que uno de los mejores del mundo.
Por ello, intentó retener a Vitolo. Y, por ello, no cedió con Steven Nzonzi, pese a que lo natural, tras llegar y revalorizarse, era que salieran, engordaran la caja y se les reemplazara por otros futbolistas más económicos que vender en el futuro. Tanto el canario como el francés, cada uno a su manera,
se han terminado convirtiendo en un problema. En problemones.
El francés, que
ya protagonizó un episodio similar con Unai Emery cuando
el vasco lo mandó a casa en mitad de un entrenamiento "porque se quería marchar",
se enfrentó con Eduardo Berizzo en el descanso del encuentro ante el Liverpool, al conocer que el técnico argentino iba a sustituirle por
un Franco Vázquez que acabaría siendo determinante en una segunda parte mágica. Nzonzi no sólo abandonó el estadio, sino que no fue a ejercitarse el día siguiente, miércoles, teniendo el jueves libre. Al aparecer el viernes,
el cuerpo técnico le hizo trabajar aparte y, desde entonces,
no ha entrado en ninguna lista.
Se da el caso de que
Berizzo no era contrario a la salida de Nzonzi el pasado verano, pues entendía que sus características no encajaban bien ni en el pivote ni en el puesto de interior de su 4-3-3, donde suele utilizar jugadores más fuertes, activos y dinámicos, de ida y vuelta constante. Al no aceptar Castro la propuesta de la Juventus, con la que
el ya internacional galo mantenía un acuerdo, el técnico tuvo que buscarle sitio en su once. Llegó a decir que no lo consideraba pivote ("Es un '6' o un '8'"), pero acabó usándolo casi siempre como '5',
teniendo que dejar fuera a su gran apuesta, un Guido Pizarro al que ya trató de fichar en varias ocasiones para el Celta.
Tras el desastre de Moscú, Berizzo tomó la determinación de cambiar de sistema,
a un 4-2-3-1 con Pizarro y Nzonzi en paralelo, en fase defensiva. Por momentos, parecía que había dado con la tecla, hasta que los partidos fueron destapando
las carencias del equipo para iniciar jugadas e instalarse en el campo contrario.Con la inolvidable igualada a tres ante los 'reds', finalmente, el 'Toto' se percató de que existía
una solución intermedia: salir con un pivote y un mediocentro creativo, generalmente Banega. De ese modo, el equipo sigue sin partirse y, además, gana mucho en el juego posicional, también porque la nueva idea permite que el 'Mudo' juegue donde más le gusta y que
Ganso, quien siempre que tiene minutos aporta, se quede ya a la puertas del equipo y no en la grada.
La cuestión es que iba a tener que
elegir otra vez entre Pizarro y Nzonzi para acompañar a '10' y que
el argentino casa mucho mejor con su compatriota que el francés, por lo que iba a tener que dejar en el banquillo a este último, quien no lo hubiese aceptado de ninguna de las maneras, más aún con las vivas opciones que tiene de ir al Mundial, su gran sueño. Ahora, al estar apartado, Marcucci ha encontrado en un problema un alivio, pero volverá a reaparecer el problema en cuanto le levante el castigo a
un Nzonzi que ya sólo piensa en salir ene enero y que vive en un mundo paralelo al del vestuario.
A Castro
no le va a quedar más remedio que perderle el miedo a vender a sus mejores hombres, pues.