Ningún jugador de la talentosa plantilla nervionense puede presumir de aportar lo mismo que Vicente Iborra. Un capitán que representa los valores del sevillismo a pesar de haberse criado en el Levante y que siente de tal forma el escudo que lo contagia al resto en cuanto pisa el césped.
El de ayer era un partido para él, pero Sampaoli se decantó por la seda en una contienda que precisaba su coraje y compromiso, lo que obligó al técnico a reaccionar en el descanso en favor de un guerrero que siente en blanquirrojo y sencillamente cambió el sino del partido.
Primero porque proporcionó el espíritu batallador del que había carecido el Sevilla en la primera mitad y ocupó el vacío existente en un centro del campo desprotegido, dotando al Sevilla de un empaque fundamental sobre el que construir su protagonismo en Heliópolis.
Y segundo porque, como ocurrió ante el Celta, resolvió con dos acciones a balón parado en las que se impuso a la defensa, entre otras cosas, por su fe e implicación. Va a todas con todo e interpreta como nadie la estrategia sevillista, ganando la posición en el 1-1, cuyo remate lo repelió como pudo Adán para que remachara Mercado, y en el 1-2, reflejo de su concentración y de que no ha perdido el olfato goleador de sus inicios como ariete. Un jugador como él lo necesitan todos los equipos, porque nunca defrauda, porque siempre aparece cuando se les necesita y no escatima ni un solo esfuerzo. Se llama Vicente Iborra y es un capitán con mayúsculas.