De vuelta a la normalidad, tras el fallido planteamiento del Bernabéu, Sampaoli apostó por esa consolidada zaga de tres centrales que, en su conjunto, permite a todas las piezas sentirse más cómodas. Con ella, los laterales gozan de más libertad para incorporarse al ataque y N'Zonzi se siente más arropado en la salida. Y, además, esta vez sí había un delantero nato sobre el campo. Y Ben Yedder hizo gala de ello al materializar sus dos primeras ocasiones, y casi las únicas de su equipo. Porque tras un arranque colmado de buenas intenciones, en el que el Sevilla tenía el balón y sometía a la Real, el conjunto vasco igualó las fuerzas a base de ímpetu. Por momentos, los nervionenses se veían superados, sufriendo el peaje de esa innegociable filosofía que casi impide pegar un pelotazo en la salida. Pero esta vez sí hubo pegada. Ahí estuvo la diferencia, en la mayor calidad sevillista de tres cuartos de campo hacia adelante.
Ya con el viento a favor, en el ecuador del primer acto, el conjunto blanquirrojo ganó en tranquilidad, asociándose en espacios cortos para defender a través de la posesión y lanzar peligrosos zarpazos cada vez que su presión alta se traducía en un robo. Porque pese al botín, nunca renunciaron los de Sampaoli a aumentar la ventaja, aunque sí mostraron su cara más práctica tras el descanso. Sólidos atrás y sin complicarse tanto, supieron los sevillistas, bien colocados, tapar las vías de acceso a una Real con más corazón que cabeza, sin aflojar un ápice en la presión para salir con peligro y buscar más y más goles hasta completar una goleada de peso, merecido premio a la ambición.