Cañete, toda una vida tallada a base de balones y goles
El exsevillista colgó las botas tras una breve pero intensa carrera futbolística que se vio gravemente minada por una lesión de tobillo; hoy día, la madera policromada, la gubia y el tas se han convertido en sus compañeros de equipo.

José Pablo Cañete soñó desde niño con poder vivir de su pasión, el fútbol; algo que, con mucho esfuerzo y sacrificio, consiguió hasta los 25 años. Sin embargo, lo que nunca pensó Cañete es que, tras su idilio con el balón, pudiera seguir ganándose la vida con otra de sus grandes aficiones: la imaginería y todo lo que envuelve a la Semana Santa y el mundo de las cofradías. Una carrera que comenzó a sus 25 primaveras y que se extiende durante los últimos seis años, gracias, en gran parte, a los ahorros conseguidos con el balón en los pies, el cual, pese a muchos sufrimientos y aventuras, también le dio muchas alegrías. “Firmé por el Sevilla con 16 años, donde estuve dos años en juveniles. Pablo Blanco, y sobre todo Fermín Galeote, que insistió mucho en mi contratación, fueron quienes me ficharon del Puerto Malagueño, ya que yo me crié en Málaga porque me fui para allá con mis padres”, rememora Cañete, quien coincidió con hombres como el malogrado Antonio Puerta, Lolo, Fernando Vega o Marco Navas: “Luego pasé por el Ceuta, el San José, donde coincidí con Varas, y estuve unos meses en Holanda, en la cantera del PSV. Pero allí, con 20 años, era el mayor y jugué poco, por lo que me volví a España, cerca de los míos”.
Pero no sería su experiencia en Holanda la única, sino que años después, también, disfrutaría de una exótica oportunidad en la Segunda división brasileña, donde defendió la elástica del Guaraní durante una temporada: “Allí me fue muy bien. Me adapté rápido y estuve a punto de marchar a Argentina. De hecho, íbamos a renovar, pero mi padre enfermó de un tumor y nada más que acabó la temporada me volví. A los pocos días de yo estar aquí murió y me salió la opción de ir al Lalín de Pontevedra, por lo que preferí quedarme aquí, más cerca, a pesar de que me costó el dinero desvincularme del Guaraní”. Una etapa en la que colaboró de manera activa en conseguir la salvación del conjunto pontevedrés, al que llegó durante la segunda vuelta de la temporada: “Tras lo de Lalín tenía ya muy tocado el tobillo, ya que sufro el Síndrome de la cola de astrágalo. En lugar de pasar por el quirófano, decidí dejarlo y estudiar Bellas Artes”.
Y tras ello, comenzó su idilio con la gubia, el tas y la madera policromada, que se han convertido en sus actuales compañeros de equipo. “El primer año me costó mucho, ya que yo nunca había hecho nada así. Siempre me gustó la Semana Santa, era hermano de varias cofradías y había salido de costalero... Pero nunca había hecho un cristo ni en plastilina, mientras que tenía compañeros que llevaban desde pequeños con ello. Luego mejoré mucho y destaqué, teniendo la suerte de, incluso, empezar a trabajar como ayudante en uno de los talleres más importantes, el de Juan Manuel Pérez, antes de acabar mis estudios. Luego, cuando acabé, decidí montar mi propio taller, muy cerquita del Sánchez Pizjuán”.
Y así, el exfutbolista sigue tallando su futuro como imaginero, creando y restaurando imágenes para la provincia, el resto de España y el extranjero, a la vez que sueña con tener una imagen en la Semana Santa de Sevilla, algo que “es muy difícil”, ya que “es la Champions” de las cofradías.
Pero no sería su experiencia en Holanda la única, sino que años después, también, disfrutaría de una exótica oportunidad en la Segunda división brasileña, donde defendió la elástica del Guaraní durante una temporada: “Allí me fue muy bien. Me adapté rápido y estuve a punto de marchar a Argentina. De hecho, íbamos a renovar, pero mi padre enfermó de un tumor y nada más que acabó la temporada me volví. A los pocos días de yo estar aquí murió y me salió la opción de ir al Lalín de Pontevedra, por lo que preferí quedarme aquí, más cerca, a pesar de que me costó el dinero desvincularme del Guaraní”. Una etapa en la que colaboró de manera activa en conseguir la salvación del conjunto pontevedrés, al que llegó durante la segunda vuelta de la temporada: “Tras lo de Lalín tenía ya muy tocado el tobillo, ya que sufro el Síndrome de la cola de astrágalo. En lugar de pasar por el quirófano, decidí dejarlo y estudiar Bellas Artes”.
Y tras ello, comenzó su idilio con la gubia, el tas y la madera policromada, que se han convertido en sus actuales compañeros de equipo. “El primer año me costó mucho, ya que yo nunca había hecho nada así. Siempre me gustó la Semana Santa, era hermano de varias cofradías y había salido de costalero... Pero nunca había hecho un cristo ni en plastilina, mientras que tenía compañeros que llevaban desde pequeños con ello. Luego mejoré mucho y destaqué, teniendo la suerte de, incluso, empezar a trabajar como ayudante en uno de los talleres más importantes, el de Juan Manuel Pérez, antes de acabar mis estudios. Luego, cuando acabé, decidí montar mi propio taller, muy cerquita del Sánchez Pizjuán”.
Y así, el exfutbolista sigue tallando su futuro como imaginero, creando y restaurando imágenes para la provincia, el resto de España y el extranjero, a la vez que sueña con tener una imagen en la Semana Santa de Sevilla, algo que “es muy difícil”, ya que “es la Champions” de las cofradías.