La
Carrera Nocturna del Guadalquivir no falló a su tradición. Aprovechó el último viernes de septiembre para vestir Sevilla de naranja fluorescente. La 'Clásica' hispalense volvió a hacer gala de su ambiente festivo y desenfadado, y lo hizo desde los prolegómenos hasta que el delegado de Deportes,
David Guevara, dio el pistoletazo de salida desde el Paseo de Las Delicias. Estuvo acompañado por el alcalde de la ciudad,
Juan Espadas.
Tras el estallido no hubo marcha atrás. Una ola anaranjada comenzó a inundar las calles de la capital. Por delante, un bello trazado de 8.500 metros y toda la noche sevillana a placer de los atletas, aficionados y curiosos que se echaron al asfalto para disfrutar de una fiesta del deporte con mayúsculas, siendo
Luis Miguel Moreno Casares y
Carolina Robles Campos, los vencedores finales.
Como en las ediciones anteriores, la XXXI discurrió entre bromas, música, animación y risas. Comunión absoluta entre los corredores y el público. Sin embargo, ésa no fue la única virtud de la Nocturna. Su capacidad de integración quedó manifiesta. Nadie está fuera de su rango.
Esta carrera no conoce fronteras. Está hecha para atletas consagrados, corredores desentrenados o atrevidos ataviados con disfraces; para valientes que empujan 'carros de fuego' o para personas sordociegas. No hubo espacio ni para la vergüenza, ni para los límites. Simplemente, una Nocturna maravillosa que ya piensa en 2020.