"No se parece a nada ya existente en la
historia del cine. Ninguna película tiene esos
encuadres, esas mezclas. Es un filme proveniente de
otro planeta en el que las películas se ruedan de
otra forma".
François Truffaut seguía en una nube tras abandonar la sala de cine. Acababa de ver
'Playtime' y no pudo reprimir el
impulso de escribir una carta a su admirado
Jacques Tati. Los planos generales, la
arquitectura, las 'coreografías' en el restaurante... La
perplejidad como tónica en cada secuencia. La filmografía del francés constituye un
oasis en tiempos como los que corren. ¿Quién no querría disfrutar del ambiente festivo de
Sainte-Sévère-sur-Indre o de un retiro veraniego en
Saint-Nazaire? Rodeado de todos esos asombrosos personajes, a la espera de que uno de los achicharrados
camareros sirviera la cena en el salón comedor.
En el cine de
Tati los
niños de barrio aún no habían mutado a vándalos, no eran más que gamberretes naif que silbaban para hacer chocar a los
transeúntes con una farola. Los más pequeños llevaban con abnegación
helados a sus hermanos o seguían fascinados los movimientos de
Monsieur Hulot. Pisaban los talones a los caballitos de un
tiovivo o se burlaban con inocencia de un torpe
cartero que les seguía la corriente.
Más allá del éxito de
'Mi tío', cinta con la que ganó el
Óscar a la mejor película de habla no inglesa, y de los hipnóticos excesos de
'Playtime', la esencia de su obra emerge con más fuerza en
'Día de fiesta' y 'Las vacaciones del Señor Hulot'. Sin diálogos ni guiones sustanciales, la cámara ejerce de testigo para brindar
poesía visual. Para generar un
universo en el que desear censarse.
Y con el
deporte siempre presente. En su primer largo,
el cartero François convierte a su
bicicleta en un personaje 'per se'. Sobre todo a partir de unas endiabladas rondas de reparto
"a la americana" en las que saca todo el partido del mundo al
'slapstick', ya sea junto a una valla o en medio de un
pelotón que pasaba por allí.
En
'Las vacaciones del Señor Hulot', el protagonista hace valer su heterodoxo y poderoso
saque para amargar el juego al resto de
veraneantes que deciden practicar el
tenis en la pista del complejo. También hay lugar en el filme para la
equitación, la natación o el
tenis de mesa. Como en
'Zafarrancho en el circo', un espectáculo de variedades en el que Tati ejerce de maestro de ceremonias y aprovecha para sacar unas
risas metiéndose en la piel de un
portero de fútbol, un pescador o un
jinete de doma clásica.
Su
biografía no escapa al deporte, con incursiones en el tenis, el mundo de los caballos o el
rugby (de la mano del
Racing Club de Francia). El cine no le hizo justicia y acabó en la
bancarrota y semiolvidado. Por fortuna, su hija Sophie Tatischeff fundó la sociedad
'Les Films de Mon Oncle' para recomprar los derechos de su obra. Una filmografía corta, atípica, pero un
regalo "de otro planeta".
¡Merci beaucoup!