Gracias a las gestiones de la Fundación Samaranch hispano-china, el Comité Olímpico Español (COE) acaba de recibir 9.000 mascarillas de parte de su homólogo en el país asiático como gesto de ayuda al deporte ante la COVID-19. Una muestra de que su empeño por unir deporte, diplomacia y solidaridad sigue dando sus frutos.
Juan Antonio Samaranch nació en Barcelona el 17 de julio de 1920 y murió en la misma ciudad el 21 de abril de 2010, nueve años después de abandonar la presidencia del COI, a la que había llegado en 1980. Delegado nacional de Educación Física y Deportes entre 1966 y 1970, procurador en Cortes de 1967 a 1977 y presidente de la Diputación de Barcelona entre 1973 y 1977, hasta su nombramiento como embajador en la Unión Soviética, sus cargos en la administración franquista no permitían adivinar que como dirigente olímpico sería un revolucionario y el motor que transformó el deporte mundial.
Fue el gran impulsor del movimiento olímpico moderno (...). Su visión y su talento fomentaron la grandeza y unión del movimiento olímpico. Siempre recordaré la imagen de un hombre que sabía escuchar, respetar y empatizar con sus interlocutores", afirmó sobre su figura el alemán Thomas Bach, actual presidente del COI.
Samaranch llegó a un organismo en el que no había mujeres, en el que federaciones y comités olímpicos nacionales actuaban de forma descoordinada y en el que los atletas estaban infrarrepresentados. Los Juegos de Montreal habían dejado a la ciudad endeudada para los siguientes 30 años y los de Moscú, en los que se inició el mandato de Samaranch, fueron boicoteados por 66 países.
Aunque no logró evitar que el bloque soviético devolviese el boicot cuatro años después en Los Ángeles 1984, estos fueron los primeros Juegos de la historia con superávit económico. Comenzó una etapa de bonanza en la que fue determinante la firma de contratos de televisión a largo plazo, que garantizaban la estabilidad financiera de los Juegos con varias ediciones de adelanto.
Federaciones y comités olímpicos comenzaron a recibir una porción creciente de aquellos ingresos. Los programas de solidaridad olímpica se extendieron por todo el planeta. Los países participantes en los Juegos y los que ganaban medalla aumentaban en cada edición. Se acabó con el veto a los deportistas profesionales, incluidos los de la NBA. Los Juegos de verano y los de invierno se alternaron cada dos años para que el dinero de los patrocinadores fluyera de manera constante.
El COI fue inflexible con la Sudáfrica del 'apartheid', pero favoreció el acercamiento entre las dos Coreas, reconoció de inmediato a los comités de las nuevas repúblicas exsoviéticas y exyugoslavas y permitió la participación bajo bandera olímpica de cualquier deportista cuyo país estuviera sancionado internacionalmente.
Samaranch cumplió con el sueño de ver unos Juegos Olímpicos en su ciudad natal y tuvo tiempo de comprobar cómo aquel verano de 1992 cambió para siempre la historia del deporte español.
Su periodo como presidente dejó asimismo herencias que resultaron difíciles de gestionar para sus sucesores, como la ampliación del programa olímpico hasta límites más allá de lo razonable. Pero principalmente un sistema de elección de la sede de los Juegos Olímpicos que abrió la mayor crisis de la historia del COI, con los casos de corrupción relacionados con Salt Lake City 2002.
El procedimiento se modificó sustancialmente para hacerlo más transparente, pero las irregularidades descubiertas estos últimos años en torno a la elección de Río 2016 y Tokio 2020 demuestran que queda mucho por hacer en cuanto a la limpieza del proceso.
Durante su mandato, Samaranch dio varios acelerones a la lucha contra el dopaje. La descalificación de Ben Johnson en los Juegos de Seúl'88 tuvo un impacto brutal, pero en la trastienda los tramposos siguieron campando por sus fueros. El COI impulsó y financió la creación de la Agencia Mundial Antidopaje en 1999, aunque lo que parecía la solución definitiva tampoco lo fue. La trama rusa descubierta hace cuatro años puso a la luz las carencias de un sistema en el que todos los controles fallaron. También los del organismo olímpico.
Desde que Samaranch dejó la presidencia en 2001, en la víspera de su 81 cumpleaños, el COI ha tenido dos presidentes, el belga Jacques Rogge y el alemán Thomas Bach. Asistió en 2004 a los Juegos de Atenas, que tanto trabajo le costó sacar adelante, y en 2008 a los de Pekín, cuya elección le llenó de indisimulada alegría por la apertura del mapa olímpico a un país nuevo del calado de China.
Desde su muerte se han celebrado dos Juegos Olímpicos de verano, Londres 2012 y Río 2016, y dos de invierno, Sochi 2014 y PyeongChang 2018. Y ha ocurrido algo con lo que él nunca habría contado: la falta de interés por los Juegos obligó al COI a repartir las ediciones de 2024 y 2028 entre las dos únicas ciudades dispuestas a comprometerse, París y Los Ángeles.
Si ahora acudiese a una Sesión del COI como las que él presidió durante 21 años, se encontraría ya con pocas caras familiares. De los 100 miembros de la actual asamblea, solo el canadiense Richard Pound entró en el COI antes de que Samaranch llegara a la presidencia. Quedan únicamente 23 de los que accedieron durante su mandato. Los otros 76 llegaron al organismo a partir de su jubilación como presidente. Hay ahora más mujeres, 36, y más miembros con experiencia como deportistas olímpicos, 35, empezando por el propio Thomas Bach.
Su principal misión sigue siendo la concesión de la sede de los Juegos, la elaboración del programa deportivo y el seguimiento de los trabajos de organización por parte de la ciudad sede. Pero los miembros del COI se enfrentan en este 2020 a lo desconocido: el aplazamiento de los Juegos de Tokio por culpa del coronavius. Para eso, ni Samaranch habría estado preparado.