Decía
Toquero, uno de los comentaristas del partido en DAZN, que firmaba los
penaltis, pues confiaba en el golpeo de varios de los 'leones' (entre ellos, el inexperto
Morcillo) y en la intuición de
Unai Simón, que no es titular con la selección española por puro azar.
Dani, su homólogo en verdiblanco, se encomendaba a un gol antes del anfitrión para evitar una
suerte que se ha tornado últimamente
fatídica para los intereses heliopolitanos. Pero eso no puede ser casualidad. Doy por hecho que los de
Pellegrini ensayaron penas máximas en su entrenamiento previo, aunque pareció que no.
Ante estas tesituras, el
carácter manda y la
presión pesa. Tiemblan las piernas por la
responsabilidad. Si no, los que más cobran, los más veteranos y los más talentosos levantarían la mano los primeros. Y suelen ser mayoría las caras que miran al suelo y se hacen las suecas. Si no,
Oyarzabal no habría errado en la tanda decisiva de la Supercopa de España, tras marcar tropecientos seguidos antes para fijar un récord de acierto. Ni
Canales, al que solamente se le recuerda el desatino de San Mamés ante este mismo portero, la habría mandado al centro, fácil para el vasco. El peor penalti posible para quien los suele poner pegados al poste. No le tiembla el
pulso al santanderino nunca, ni en un derbi, pero este jueves acabó
fundido. Quizás también mentalmente. No puede ser tampoco casualidad.
Marcelino ha rechazado varias veces venir al Betis. Desde que
Lopera se negara a la revolución que pretendía el asturiano en la plantilla, ambas partes han tachado a la otra de la lista. Nunca es un buen momento. Alguno pensará que porque el míster quiere intervenir más de lo aconsejable en los
fichajes. Las malas lenguas hablaron de favoritismos según la agencia del jugador de turno, aunque pocos entrenadores y directores deportivos son ajenos a tales maledicencias. Pero no se habrá ido a Bilbao por eso, precisamente. Y llegó y besó el santo. Un
título a la saca, ganando por el camino a
Madrid y Barcelona. Lleva dos finales en menos de dos años y con un parón gordo de por medio, y dos entorchados. Eso no puede ser casualidad.
Me gusta
Pellegrini. Más de lo que prevía que me gustaría.
Prestigio lo tiene todo, aunque recelaba de su jerarquía, de su capacidad de gestión de una plantilla que lleva mucho tiempo junta. Quizás
demasiado. Y el chileno me ha callado la boca. Poco se puede dudar de su mano de entrenador si casi cada cambio que hace, resulta.
Juanmi marcó el enésimo gol saliendo desde el banquillo esta temporada para los verdiblancos, lo que habla muy bien de las decisiones coyunturales del ex del City y de su
credibilidad en el vestuario, premiando a los que lo merecen y convenciendo a los que no juegan de que está en su mano cambiar esa realidad. Pero el
mensaje que transmitió metiendo a Sidnei de falso pivote y sentando a Fekir fue letal. No tanto por creer
ganado el partido, sino por el
repliegue inevitable. No recurrió a
Paul, recambio natural de
Guido, por el juego aéreo. Y el empate llegó así. Y en el
94. Y con
Sidnei saltando antes de tiempo. Y con
Víctor Ruiz, que había controlado perfectamente a
Raúl García como
Mandi hasta entonces, llegando tarde. No puede ser casualidad.
Las
inercias en el fútbol son cruciales, tanto deportivas como anímicas. El
Betis llegaba invicto en 2021 y su técnico fue a meter la pata en un partido sin retorno.
Irreversible. Dejó a su equipo media hora sin delantero (uno en la ducha y otro ni convocado), sin lateral zurdo (uno en la ducha y otro ni convocado), sin pivote y desordenado. Haber ganado así, con 3-4 hombres desubicados, la
moral por los suelos por cómo había llegado el 1-1 y la lengua a rastras, habría sido un
milagro. Y tampoco se vislumbraban los penaltis como agua de mayo, la verdad. Otros encaran estas 'finales', tal vez por la
costumbre y la experiencia, con convicción y entereza. El Betis, no. Algún día, a lo mejor, pero hace mucho que no. Por eso chirrían más aquí el '
manquepierda', el 'caímos con orgullo' o el 'ya nos levantaremos'. Porque la
decepción está instalada en una afición cansada de la falta de 'feedback'. No sé si será el gen
competitivo, el mal fario o una leyenda negra, pero hay cosas que no cambian ni con todo el oro del mundo. Ni con fortuna aislada. Porque el éxito, como en la vida, no puede ser casualidad, sino
causalidad.