El
Sevilla desperdició un 2-3 en
Praga, al que había llegado gracias a su calidad y a su adaptación al medio (un patatal) en momentos puntuales, pues, a la hora de la verdad, le temblaron las piernas en la rudimentaria guerra que le propuso el Slavia en la prórroga, dándose un tiro en el pie (autogol de
Kjaer) para rematar una eliminatoria nefasta que deja en un pésimo lugar a
Pablo Machín, cada vez más señalado e incapaz de encontrar soluciones pese a disponer de cuatro cambios.
En el primer tiempo, los checos se impusieron siempre en los balones divididos, plasmando una mayor intensidad que incomodó, entre otros, a
Ben Yedder,
Munir o
Sarabia, perjudicados también por el mal estado del césped y por la eficaz presión escalonada del
Slavia, más pendiente de los posibles receptores que de quien tenía la pelota.
Trpisovsky decidió calcar el dibujo de Machín para fijar mejor las vigilancias y las marcas. Si a todo lo anterior se unía el tempranero gol de
Ngadeu, de nuevo a balón parado, el panorama pintaba feo en el
Eden Arena, pues los ayer blanquirrojos cortocircuitaban las conexiones de
Banega con los de arriba y castigaban con transiciones rápidas y directas a la adelantada zaga foránea.
Otro error de bulto (penalti 'light' pero absurdo de
Navas a
Boril) estropeó el amago de reacción al filo del descanso (1-1 de
Ben Yedder desde los once metros), aunque el golazo de
Munir metía de lleno a un
Sevilla que aguantó hasta forzar la prórroga. El tanto del
Mudo en el 98 hizo que se las prometiera muy felices, pero el equipo de Machín acabó sepultado en la trinchera.