A lo lejos puedo intuir el sonido de un redoble de tambor. Debo estar soñando. Ahora escucho con mayor nitidez la melancolía de un solo de corneta. Tengo que estar soñando. Mis ojos vidriosos visualizan entre las amplias avenidas del vecindario el contoneo pausado de una cruz de guía.
Nazarenos trinitarios se están abriendo paso entre el gentío. En la distancia soy capaz de percibir el andar valiente de un paso de misterio. Así tiene que ser, el recorrido es muy extenso. El recién estrenado palio aún debe estar en la parroquia, la cofradía ya tiene una cierta extensión. No estoy soñando, por debajo de casa va a discurrir una procesión. Ya la veo, la escucho y la siento.
El mejor diputado de tramo de la Semana Santa pone orden entre las filas de nazarenos. Debajo de los antifaces intuyo los rostros felices de vecinos, antiguos compañeros del colegio y amigos. Los más viejos del lugar engalanan sus balcones y salen al encuentro del Cautivo en sus humildes sillas. El barrio arropa a la cofradía.
Hoy recuerdo perfectamente la pregunta que me hizo mi padre cuando aún era un niño. "¿Te imaginas que el barrio tuviese una hermandad?", decía. Entre la inocencia y la inconsciencia de un niño, yo lo miraba con cierta incredulidad. No es un sueño, mi barrio de San Pablo va a conquistar Sevilla.