Tenía
16 años cuando su padre murió. Todavía recuerda la época del lujo, en la que todo estaba al alcance de su mano, pero también lo que vino después, la persecución y el exilio.
Juan Pablo Escobar carga aún hoy, pasadas más de dos décadas, con el estigma de ser el hijo del narcotraficante que dominó el mundo y, para aligerarla, ha emprendido el camino de la
reconciliación con las víctimas y los enemigos de
Pablo Escobar.
Mucho se ha escrito en guiones y libros sobre la vida del histórico líder del
Cártel de Medellín. Sin embargo, solo hay un relato que acerque a la realidad del capo de la droga que llegó a controlar todo el tráfico de cocaína. Es el de su hijo,
Juan Pablo, para quien probablemente "fue el mejor padre y el bandido más peligroso del siglo XX".
"Paradójicamente, dentro del hogar
Pablo Escobar era muy buen papá. Me dio mucho cariño y me crió con valores humanos", cuenta su hijo en una entrevista concedida a
Europa Press con motivo de la publicación de su segundo libro, 'Pablo Escobar. Lo que mi padre nunca contó', de Ediciones Península.
Recuerda incluso que "era muy común verle regañándole porque no decía gracias o por favor", educándole para que, en lugar de seguir con su legado criminal, se convirtiera en un "pacificista" que cuestionó los actos de su padre cuando todavía era el hombre más poderoso de
Colombia.
Pablo Escobar nunca se escondió de su familia. "Me dijo que su profesión era ser un bandido y desde entonces veíamos juntos los noticieros y él me decía qué había hecho y qué no con todo tipo de actos, desde los más atroces hasta los más positivos", relata.
Juan Pablo y su madre hicieron "inconmensurables esfuerzos desde lo personal, desde lo afectivo, desde el diálogo franco" con su padre, para que abandonara esa vida porque sabían que habría consecuencias para ellos y para la sociedad, "para todos".
Claro está que no lo consiguieron. "Era un hombre extremadamente testarudo, imposible de persuadir", convencido de que podría mantener esa dualidad que le permitía disfrutar de su familia en la
Hacienda Nápoles, en las montañas antioqueñas, y "mandar asesinar".
Durante un tiempo fue así. "Hasta mis siete años vivimos en la absoluta plenitud. No había nada que no pudiéramos comprar", cuenta. Los extravagantes gustos de su padre hicieron posible que disfrutaran en los jardines de su casa de un zoo de verdad, con animales traídos de todos los rincones del mundo, y de otro artificial con dinosaurios de cemento.
"Y de repente, con la decisión triste y errada de mi padre de mandar asesinar al ministro de justicia,
Rodrigo Lara, en 1984, hubo un punto de quiebra, no solo para nuestra familia, sino también para el país", asegura. Comenzó entonces una caza de las fuerzas colombianas y la
Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) que no acaba hasta el 2 de diciembre de 1993, cuando cae abatido en los tejados de su Medellín natal.
Para "salvar la vida", entregaron toda la fortuna que había amasado su padre a sus mayores rivales, el
Cártel de Cali. Huyeron a Argentina, donde consiguieron empezar de cero, con nuevas identidades y nuevos objetivos. "Les agradezco a mis enemigos haberme dejado con los bolsillos vacíos (...) porque me quitaron un tremendo lastre que me habría enredado", confiesa.
A pesar de ello, su pasado les ha perseguido. Tuvieron que responder ante los tribunales argentinos por el origen del patrimonio que lograron atesorar después y siguen recibiendo
amenazas desde
Colombia, donde solo han vuelto "de a poquitos". "Me amenazan de muerte por no haberme convertido en Pablo Escobar 2.0", indica.
Juan Pablo reconoce que ha sido duro no continuar por la senda ilegal "cuando la sociedad te va cerrando puertas" por "esta cosa que tenemos los seres humanos de pensar que los delitos son hereditarios, que por aquellos actos de violencia que cometen los padres tienen que pagar los hijos".
Llegó a ser "el niño más rodeado de droga del mundo" y sus niñeras fueron "los peores bandidos de
Colombia" pero, precisamente, fue vivir en este ambiente sumamente viciado y la educación que recibió de sus padres --insiste-- lo que le empujó a tomar una dirección totalmente opuesta.
Por eso no entiende el enaltecimiento que se ha hecho de la figura de
Pablo Escobar a través, sobre todo, de las series de televisión. "No estoy en contra de que se cuenten las historias relativas a mi padre pero sí de que se haga de forma que glorifiquen lo que hacía porque eso tiene un efecto muy negativo para la sociedad", explica.
Juan Pablo advierte del riesgo de que "el mensaje se entienda al revés" y "acabe marcando a una generación entera de jóvenes". Como ejemplo, revela que ha recibido numerosos mensajes en redes sociales de chicos de todo el mundo "que tienen el futuro más brillante" y cuyo sueño es ser 'narcos'.
"La historia de mi padre es para contarla no para repetirla", subraya y explica que esa es la razón de que se haya embarcado en el reto de escribir lo que vivió como hijo de
Pablo Escobar y de que haya tenido "la estupidez o valentía" de buscar a sus víctimas y enemigos para "relatar los hechos con seriedad y precisión".
Su primer libro, en el que rememora la cronología de esos truculentos años, le permitió reconciliarse con algunas de las personas que sufrieron la violencia de su padre. Siente una "responsabilidad moral" con ellas y, al menos, pretende aportarles "la verdad de lo que pasó".
Es una búsqueda "personal" del perdón para alcanzar la paz --algo que "apenas ahora se está poniendo de moda" en Colombia--. "En la medida que no lo hagamos vamos a seguir perpetuando la guerra (...) porque la venganza nos mantiene en un ciclo repetitivo de violencia, indistintamente de cuáles sean los mafiosos de turno", que solo terminará con "el exterminio entre colombianos", alerta.
Con el segundo ha intentado "alcanzar el máximo número de enemigos" para darles voz. Eso incluye a los descendientes de los líderes del
Cártel de Cali e incluso a la
DEA, aunque en este último caso todavía está a la espera de poder reunirse con los protagonistas de aquella época y duda de que vaya a pasar, por las controvertidas revelaciones que hace en este libro.
Juan Pablo afirma que muchas cosas no fueron como se han presentado a la opinión pública. Así, afirma tajante que su padre forjó una extraña alianza con la mismísima
CIA "para facilitar la financiación de la lucha contra los grupos comunistas en Nicaragua a través de las drogas".
Pablo Escobar "se infiltró en las más altas esferas" dentro y fuera de Colombia, tejiendo un entramado de "corrupción internacional" que ha bautizado como "pablopolítica" y que "nadie está dispuesto a investigar porque todos estamos más cómodos creyendo que el único culpable es
Pablo Escobar", reivindica.
"La figura de mi padre se ha utilizado y se sigue utilizando hoy para fines políticos", denuncia, y por eso ha decidido hacer lo mismo pero con un propósito distinto: acabar de una vez por todas con el narcotráfico. Para ello propone una solución que gana adeptos, la legalización de las drogas.
"Cuando el Estado toma el control de todas estas sustancias está quitando el negocio a los violentos y, en cambio, cuando las prohíbe les está diciendo: 'controlen ustedes', y lo van a hacer felices porque la legalización sería el fin de su poder criminal", defiende Juan Pablo.
En su opinión, "Latinoamérica se debería unir y legalizar en bloque" para que cuando la región esté libre de violencia y corrupción "los demás entiendan que es el único camino". El principal obstáculo es Estados Unidos y, por ello, le gustaría poder llevar allí su mensaje, aunque no puede porque le niegan el visado "mientras se lo dan a 'narcos'". "No será en esta vida", asume.