El
Málaga terminó la temporada con derrota y sin corresponder ante su hinchada todo el esfuerzo realizado para engalanar
La Rosaleda hasta la bandera ante el objetivo mayor, que se consiguió
entre pitos y silbidos.
Por demérito de
Amorebieta y Real Sociedad B, el conjunto de Pablo Guede
selló de manera matemática la permanencia en Segunda División, no sin antes llenar de sufrimiento a una hinchada que estaba más pendiente de lo que pasaba en otros estadios que lo sucedido en
Martiricos por la ineptitud de los jugadores.
Unos jugadores que no se libran de la ira y rabia de la afición, quienes le hicieron saber el enfado generalizado después de una
temporada convulsa, tensa y con numerosos capítulos de falta de profesionalidad y compromiso. Por eso, no tardó el malaguismo en señalar al vestuario al final del encuentro al
grito de "jugadores, mercenarios".
No quiere la afición vivir una temporada igual.
Hartos del equipo y cansados del nivel de los jugadores, esta hinchada merece más que lo experimentado en un curso para el olvido e igual de comparable con el curso del descenso a
Segunda División por la actitud de parte del vestuario.
Bien pudo escuchar la crispación de la afición
Manolo Gaspar, también enjuiciado por el público. Tiene mucho trabajo por delante el director deportivo. Formar una plantilla competitiva, comprometida y que honre el escudo es la mayor misión para el paleño, que tendrá que
hilar muy fino en sus tomas de decisiones para contentar a una afición que terminó el curso harto de sus propios jugadores.