Verano de 2019. El Betis acababa de confirmar (el 6 de junio) el fichaje de
Rubi como entrenador, previo pago de su
cláusula de rescisión (de unos 900.000 euros) al
Espanyol, y avanzaba en la
planificación de una temporada ilusionante, con la contratación de Nabil
Fekir, una estrella mundial, todavía llevada casi en secreto. La secretaría técnica, con el refuerzo de dos ex miembros que volvían del Valladolid para cubrir el hueco dejado por
Serra Ferrer,
Jesús Sánchez y Ángel Luis Catalina, se afanaba en la búsqueda de futbolistas que dieran la vuelta a una campaña decepcionante, la 18/19, que acabó sin clasificación europea. Luego,
70 millones de euros de gasto se antojaban una buena apuesta.
No salió nada como pensaban en Heliópolis, pues la pasada campaña resultó igualmente un desastre, con un
Borja Iglesias negado ante el gol por vez primera en su carrera tras el pago de
28 kilos a su ex equipo. Una muestra solamente del despropósito de rendimiento general capitaneado por Ferrer Sicilia, que no pudo o no supo relevar con acierto a Quique
Setién. Pero, en esa vorágine de operaciones estivales, con media docena de desembarcos, se necesitaba un sustituto para
Pau López, traspasado a la
Roma por un fijo de 23,5 millones de euros (al contado) y el resto del pase de Sanabria. Dos teorías entre los técnicos: fichar a un meta joven y con
proyección o decantarse por más veteranía para competir bajo palos con
Joel Robles.
Se impuso la primera, con el visto bueno de Rubi, quien luchó por que primara la opinión de uno de sus ayudantes,
Diego Tuero, entrenador de porteros en el Sporting de
Dani Martín. El internacional sub 21 era allí suplente de Diego
Mariño, por lo que extrañaba que un club puntero de Primera apostase por él, pero los informes sobre su evolución y posible revalorización eran inmejorables, por lo que el Betis puso sobre la mesa gijonesa
cuatro millones de euros y otros
400.000 euros en variables. El 18-07-2019, todo fue oficial.
Tres días antes, expiraba el plazo para llevarse del
Elche a precio ridículo al que, sin lugar a dudas, fue el mejor cancerbero de Segunda división en ese ejercicio recién finalizado (pese a llegar del desaparecido Reus las anteriores Navidades), repitiendo el último, con el ascenso a Primera como recompensa.
Edgar Badía (28), que estuvo sobre la mesa bética a través de ofrecimientos de hasta dos intermediarios distintos, costaba únicamente
50.000 euros, una cláusula de escape hacia la elite que, a partir de la segunda quincena de julio, se transformaba en una renovación
automática por dos campañas y una libertad cifrada en
un kilo, tres en el caso de llegar a
Primera, como ha terminado ocurriendo. Finalmente, el barcelonés acabó firmando hasta
2022 a primeros de junio, anulado esa cláusula que, no obstante, estuvo vigente durante una primavera inhábil en verdiblanco por el cambio de 'staff'.
Badía está
brillando en su estreno entre los grandes. Hasta que encajó tres tantos el domingo en el Benito Villamarín, era el portero de LaLiga con mejor
índice de acierto en sus intervenciones, una circunstancia que tampoco quedó empañada por el
3-1 del pasado domingo. Y es que el catalán se lució en varias acciones ante el que pudo ser su equipo, empezando por el mano a mano ganado a
Sanabria en el primer tiempo (foto que ilustra esta información) y en un penalti detenido a
Fekir al filo del descanso. Apenas pudo presentar oposición en el resto de goles, pues Tello le ganó sendos uno contra uno, al tiempo que el paraguayo le fusiló a puerta vacía.