La visita del
Barcelona al
Benito Villamarín viene marcada por la vuelta de
Quique Setién a Heliópolis, un morbo añadido a un partido en el que el
Betis se medirá a un rival superior sobre el papel y, también, ante una idea de juego que viene marcando el fútbol verdiblanco a lo largo de la temporada.
Una filosofía de la que la entidad quiso alejarse ligeramente ante la presión de la afición por sus discrepancias con el técnico cántabro y a la que, a la vez, se ha ido acercando en estos meses cuando los resultados no han ido de la mano con
Rubi como técnico.
Quique Setién, que bien pudo volver a Heliópolis meses atrás como recambio del catalán, prácticamente por sorpresa se ha visto sentado en el banquillo del
Barcelona, colmando así todas sus expectativas y sus mejores sueños.
Anhelos que, por ahora, no son plenos, encontrándose Setién un club sumido en una auténtica crisis institucional, apeado de la
Copa, con un vestuario dividido y con su estrella,
Messi, cargando públicamente contra la dirección deportiva. Un campo de cultivo que ha sido de poca ayuda para que el cántabro acabe de hacerse con las riendas de un
Barcelona que ahora es mucho menos vertical que con Valverde.
A
Setién le gusta salir con la pelota jugada desde la zaga, con un centro del campo excesivamente poblado y con mucha menos llegada al área rival, pues este
Barça no se estira bien con el 3-5-2 ni tampoco repliega bien con el 4-3-3. Un Barça que sufre en exceso cuando superan su primera línea y que está más que nunca en manos de Messi.