Recayó sobre Bale tras la espantada de Cristiano Ronaldo. Recibió lo que demandó tras pasar nuevamente a la historia con otro tanto en una final de la Liga de Campeones, una chilena inolvidable. Era suplente con Zinedine Zidane y fue el primero que aguó la fiesta con su amenaza de irse si no tenía más protagonismo.
La puerta de salida se le cerró a Bale de par en par tras ver que lo de Cristiano sí que iba en serio y no había punto de retorno a su decisión de cerrar su ciclo. En el club blanco siempre se vio al galés como el relevo natural. Encumbraron a la constelación de estrellas a un gran futbolista, que había despuntado en el fútbol inglés como un cañón por banda, sin valorar aspectos que van más allá del terreno de juego: sigue sin hablar castellano casi seis años después de su llegada, apenas tiene respaldos en el vestuario más allá de Modric, es referente del que brilla en el escalón salarial y vive en su particular mundo.
Bale se creyó que podía ser líder del Real Madrid post-Cristiano y hasta se lo hizo creer al madridismo, necesitado de agarrarse a un nuevo referente. De la crítica se pasaba a la esperanza en la grada del Santiago Bernabéu. Tres goles en tres jornadas ligueras del galés alimentaban la mentira. Al primer bache desaparecía en el terreno de juego. No hubo un líder en la goleada del Pizjuán ni en la manita del Camp Nou. Una nueva lesión del jugador de los sóleos de cristal daba paso a una nueva caída.
En 2019, Bale ha unido su nombre más a la polémica que al fútbol. Se marchó antes del final de un partido del Bernabéu, no fue a una cena de equipo, celebró con un corte de mangas su gol en el Metropolitano tras una dolorosa suplencia y rechazó el abrazo de compañeros tras su tanto del triunfo en el Ciutat de València. Es la respuesta desafiante de un jugador que siente que se está cometiendo una injusticia con él, que no admite que Vinicius y Lucas Vázquez le hayan quitado el puesto y, como ocurrió con Zidane, haya pasado a ser suplente habitual para Solari.
Mientras Bale se negaba a seguir calentando, ya suficientemente caliente tras ver que el primer cambio ante el Levante era Fede Valverde, Messi se paseaba en la jornada liguera para evitar resurrecciones innecesarias de rivales en el pulso por el título. En un terreno inexpugnable como el estadio del Sevilla, con su Barcelona perdiendo, respondía con tres goles que dejaban la réplica 49 años después de una imagen icónica del fútbol mundial.
De Pelé aupado por Jairzinho elevando el puño al aire en la final del Mundial 70, en el estadio Azteca de México, a Messi con Dembélé tras una nueva exhibición de poder del rey del fútbol actual. Su triplete 50 antes de encarar dos clásicos donde el astro argentino más se gusta, en casa del eterno enemigo, el Santiago Bernabéu.
Messi ha firmado quince goles en los 19 clásicos que disputó en la casa del Real Madrid, de los que ganó diez. Tres victorias consecutivas en los tres últimos de Liga. Exhibiciones en los dos más recientes con tres tantos. Un nuevo contraste con Bale que siempre perdió en el Bernabéu ante el Barcelona en los cuatro duelos ligueros en los que las lesiones le dejaron participar. Ningún gol. Será un clásico más para el rey del fútbol moderno y una de las últimas grandes oportunidades de reivindicarse para el galés.
Roberto Morales