El
boxeo no sólo brinda combustible literario de primera, exuda
literatura por cada poro. Como una metáfora de la vida concentrada en los límites de un cuadrilátero. Un espacio acotado, una puerta entreabierta, donde pugnan por ganar terreno
el éxito, el riesgo o el vacío de la derrota. "Una lona en el suelo y cuatro postes sosteniendo doce sogas forradas. Oía el
chasquido de los guantes golpeando. Los guantes viejos suenan más que los nuevos. Los guantes viejos a veces cortan como
navajas de afeitar".
Ignacio Aldecoa lo define con la precisión de un cirujano en su relato
'Young Sánchez', como también lo hicieron Jack London, Joyce Carol Oates o
Hemingway, del que se cuenta que le gustaba
'subirse al ring' con otros escritores como
Dos Passos o con quien se cruzara en su camino, a veces incluso con
Scott Fitzgerald como árbitro o, al menos, cronometrador. Toda una
generación perdida entre directos o ganchos.
Dignos
personajes de sus propias
historias sobre blanco, como aquellos con los que compartió páginas nuestro
Javier Campanario, 'el Lobo de Utrera', subcampeón del mundo del peso gallo en
1997 y toda una institución pugilística en el país. "Cuando fui
campeón de España viajamos a
Las Vegas con
Don King. Estuvimos por toda aquella parte del Tropicana, el Hilton, el Caesars Palace". Y también en el
MGM. El mismo en el que semanas antes
Mike Tyson peleó frente a
Peter McNeeley tras su paso por la
cárcel (una noche resucitada por un
oopart en la grada con forma de móvil que hace estrujarse la cabeza a los
conspiranoicos). El mismo MGM en el que el rapero
Tupac Shakur disfrutó del
combate entre Iron Mike y Bruce Seldon poco antes de recibir
varios balazos en un BMW sedán negro.
"Yo tuve un combate con un
mexicano al que gané.
Tyson peleó el último, a la una y pico de la noche, en la
misma velada. Era una exhibición de promoción con
Frank Bruno. Tyson comía aparte con los compañeros. Lo que más me impresionó fue el
cuello, el cuello y la cabeza eran igual de grandes. Era una persona muy tranquila, muy
humilde, muy relajada. Y luego entrenando era una
máquina", asegura Campanario del boxeador de
Brooklyn, un
colombófilo vocacional que conectó su primer
puñetazo en un
pandillero que liquidó a una
paloma (a la que retorció con
sadismo el cuello).
'El Lobo' se codeaba por aquellos días con la
jet set que pululaba por la ciudad más pecaminosa de
Nevada. Hombres de negocios, deportistas,
actores de Hollywood, speakers ilustres como
Jimmy Lennon Jr. "
Don King siempre tenía escolta al lado y comía con nosotros en la
mesa. Nos presentó a
Michael Douglas y a
Sean Connery en el
casino", admite del controvertido
promotor, digno hasta de un homenaje en
los Simpson.
"
Holyfield, ya fuera a la hora del desayuno, en el almuerzo o en la cena, se ponía a
rezar en medio del pasillo. Se sentaba allí en una esquina y se pegaba rezando casi
media hora. Todo el día rezando, ya se pasaba". Una
religiosidad de la que también hacía gala otra
leyenda de los cuadriláteros y de la
venta de parrillas de cocina. "
Foreman era igual que Holyfield, se llevaba todo el día rezando. Se ordenó
reverendo", puntualiza un
Campanario que siente debilidad por
Terry Norris, que "derrotó a una leyenda como
Sugar Ray Leonard".
Más cercano aún le resultaba el mexicano
Julio César Chávez, una
"persona encantadora" y, en su opinión, "el mejor boxeador de toda la historia". "Ese hombre entrenaba igual o más que nosotros.
Nunca bebía agua, siempre estaba bebiendo cerveza. Se tomaba las
jarras de cerveza que no te puedes ni imaginar. Tanto él como sus
sparrings. Terminaba de entrenar y le traían unas jarras
increíbles de cerveza fría, fría, fría. Un par de jarras o tres se 'jincaba' el tío", recuerda entre risas.
Tras
Las Vegas, y previo paso por
México (Jalisco, Aguascalientes...), le tocó el turno a su
cita histórica por el título mundial en 1997, otra experiencia plagada de
anécdotas para el utrerano. "Estuve en
Tailandia casi un mes entrenando para aclimatarme para el título. Aquello es
precioso, estuvimos en la isla de
Phuket casi un mes. Dos días en
Bangkok y el resto en Phuket. Entrenábamos por la tarde-noche, porque de día era
imposible. Hacía mucho
calor y más que nada humedad, un 90% de humedad. El
entrenamiento de allí era a las diez de la noche, hasta la una", relata.
"Durante el día estábamos en el
hotel con el aire puesto. Estuvimos en la
marisquería más grande del mundo con el
rey y la reina de Tailandia, que nos invitaron allí a comer", concluye
Campanario sobre unas estampas en las que también hay lugar para Colombia, Cuba o
Zambia, donde, como en su tierra, "hacía un calor increíble".
En busca de un local digno de un subcampeón mundial
Una realidad de
película diametralmente opuesta a la que vive estos días
'el Lobo de Utrera' en su municipio de origen, donde regenta el
Club de Boxeo Campanario en un espacio que no reúne las
condiciones soñadas por el
excampeón nacional.
"Estamos en
conversaciones con la
alcaldía, parece que hay
buena voluntad para que podamos disponer de un local mejor. Más que para mí, sería una
alegría para los chicos y chicas con los que trabajo, que padecen
minusvalías o han sufrido
maltrato o bullying. Yo seguiré luchando por este digno y bonito deporte llamado
boxeo. Pero tengo confianza, creo que vamos por buen camino", reconoce Campanario.
Más de cien jóvenes se enfundan cada jornada los
guantes en un pequeño rincón de la localidad con la ilusión de entrenar con un
subcampeón del mundo, tomar distancia con sus
problemas y adquirir los valores del boxeo de cara a esa larga
pelea, de incontables
asaltos, que es la
vida. Un camino recorrido de la mano de
'Campa', que a persistente no le gana nadie cuando se trata de que este deporte recupere la
gloria y el nombre de antaño en
Utrera. Entre golpe y golpe al
punching ball, el alumno siempre tendrá tiempo de sonsacarle alguna de sus
historias con
Tyson, Holyfield o Don King. De pasar alguna
página de buena literatura.